www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Pancho Marty (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Taconero, pescadista y catalonio Pancho Marty, alias Francecs Marty i Torrens, recurva:

Como vimos en la lección anterior, usted era un tipo tremendo. La Habana era también tremenda y no se diferenciaba mucho de la de hoy, salvando ligerísimas diferencias, fonéticas, fosfóricas y semánticas. Por ejemplo, su teatro se llamó Teatro Tacón, y ahora, aunque tenga otro nombre, no sabe el tacón que hay que dar para llegar al local; que por muy Centro Gallego que sea, no está en el centro, ni representa un alegre galiciente para el convidado.

¿Qué más contarle de esa Habana querida, Habanita club, anahabanana ná, llena de habaneceres que cada día son menos apacibles? Si en algo se han esforzado los gobiernos de la Isla en los últimos 45 años ha sido en conservar la ciudad casi como cuando usted la conoció, e inventó lo que más tarde se convertiría en el carnaval, esa institución jolgórica donde se disimula la desolación y la fiebre, con sus vasos pergas, sus biombos y platillos, sus congas arrolladoras, sus alzadoras de caña y su carroza del Ministerio del Azúcar —por aquello de "azúcar para crecer"—, que se parece al "ver para creer", con más niñas y menos pupilas. "Y hay mulatas en todos los puntos cardinales".

La Habana que usted conoció, y a la que asombró en 1838, derribando de un taconazo los límites, los conceptos y esa mala costumbre que tenemos los cubanos de intentar delimitar fenómenos y metáforas —"de aquí pallá es otra cosa", "después de aquí no es ná", "de allí para acullá no hay más pueblo", "la cola es hasta aquí", "el que no esté aquí está allá", etc.—, comenzando a darle carácter y vida a extramuros en extra innings, era, en sus contradicciones, bastante más suave que la de ahora. Al menos más fácil. Casi podría afirmarse que todo era, fundamentalmente, en blanco y negro. La principal preocupación de unos era escaparse, y la de los otros, que nadie escapara.

Es curioso, porque los que querían escaparse vivían una vida ligeramente agitada, levantándose cada día bajo imperativas órdenes, montándose en carretas y camiones para ir a los cañaverales, a las plantaciones, a la siembra, de sol a sol, entre bueyes, mayorales, jefes de lote y otras bestias varias; así, día tras día, de lunes a domingo, con gente mandando constantemente, gritando lemas, intentando superar la producción, aullando en las guardarrayas: "el que no salte es yanqui", o "aquí no se rinde nadie", sobrecumpliendo metas, entregando cuartones en fechas señaladas, asistiendo luego a asambleas de producción donde gozaban de lo lindo siniestros y enardecidos oradores. Y los domingos cavando trincheras para que no entrara el enemigo. Levantando nuevos módulos para barracones, escuelas, centros de salud y círculos antisociales. Y aquí creo que me se subió la melaza y me he trocado epocalmente, así que volveré a enfocar el binocular apeándome del yipi.

Lo cierto es que aquella oscura masa, cuyo único fin era venderle al verde, huyendo, asilándose en el guao, tenía, más allá de las recias condiciones laborales, ciertas asistencias que hoy vemos como ventajas; su alimentación se basaba en un par de cositas que hoy añoramos: boniato y tasajo brujo. Y cuando digo tasajo brujo me refiero al de antes, que era así porque le decían así y no tengo más explicaciones. Es más, no tengo por qué dar otras explicaciones. Y si me pongo verde no abro la boca si no es en presencia de un abogado. El tasajo de ahora sigue siendo brujo por dos simples razones: cuando aparece es casi por acto de magia, y cuando lo pagas te quedas brujo, sinónimo cubano de estrilado, encuero, limpio, en la tea, pelao, en la fuácata incendiaria, o, para decirlo en fenicio antiguo, como las putas en cuaresma. Ya lo dice el lemita: "El que no tasaja, no come".

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