www.cubaencuentro.com Lunes, 07 de marzo de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Roderico Neyra (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Inventarioso, plumerífero y coreográfico Roderico Neyra, Rodney o Guineíta:

Cierro los ojos y le veo, duro y rectal, vestido de miliciano, dando órdenes precisas al personal del espectáculo, con su voz ronca y gangosa, como recién sacada de la tierra del Cordón de La Habana, pero sin bolsitas.

Le he soñado dirigiendo el montaje del grandioso show de nuestra historia patria. ¿Quién si no usted podría hacerlo a lo grande, a lo sangandongo, con la desmesura y la fiebre que merece? De modo que le veo eufórico y fosfórico, trabajósico y esmerado, con el esmeril de su ingenio que se convierte en central, y ya nacionalizado, comienza a producir azúcar para crecer. Sobre el escenario, todo el pueblo combatiente, todos barbudísimos y empercudidos, desterrando para siempre al Oso que hacía espuma para recibir al otro oso siberiano más adelante, que no limpia pero hiede de un modo espacial.

Claro que soñé que no nos ceñíamos —y hablo en plural, no solamente por imperativos de la época, sino porque espero acepte mis aportes, mis apuntes, mis entusiastas ideotas— al escenario físico de Villa Mina, posteriormente Tropicana, sino que nos desparramábamos a lo largo y ancho del suelo insular, aunque para ello tuviéramos que derrumbar muros, apachurrar parquímetros y descamisar a los burgueses para tener muchos locales de ensayo. Esas mansiones ridículas serán nuestro laboratorio, o mejor, nuestros tubos de ensayo, y empezamos a practicar nuestros cuadros en lo que tubo antes el burgués. He ahí la fuerza del pueblo: como no todos pueden ser burgueses, pues se convierte a la burguesía en pueblo y a joderse parejo todo el mundo.

Veo el primer acto, por ejemplo, que pudiera representar el inicio de nuestra nacionalidad cubana: el asalto al cuartel Moncada. A partir de ahí íbamos a tener las caras largas, la sospecha de que nos suspenderían los carnavales por cualquier cosa y la pésima costumbre de usar términos bélicos cuando hablamos de amor —el cubano no corteja, echa bala. No enamora, le dispara a la muchacha—.

Veo precisamente una escena de carnaval, y varios carros que llegan con música. Se bajan los bailarines y escenifican el asalto sobre las mulatas figurantes —que representarían al régimen corrupto que se quiere derrocar—, que corren asustadas en desconcierto. No llegan a ser derrocadas y hay, incluso, como ganas de violarlas allí mismo, para que se note la justicia revolucionaria. Del primer auto, marca Ford, se baja el Bailarín Principal y canta el tema Dónde están mis espejuelos, con ritmo cha cha chá. Para hacerlo más real, se abraza a un representante de la prensa pensando que apresa a un enemigo, costumbre que mantendrá a lo largo del espectáculo.

Como se cuenta que usted mantenía unas rígidas reglas y una frígida disciplina, no le costará trabajo domeñar al personal de este inconmensurable espectáculo. Una de sus normas era que los bailarines miraran siempre hacia delante, en línea recta, hieráticos, como en lontananza, nunca hacia abajo a ver si habían servido pollo o perro sin tripa. Eso los hacía, en su imaginario, "misteriosos y distantes" y nos viene que ni pintado para la representación, porque puede simbolizar que el pueblo mira al futuro y no le importan los contratiempos minúsculos, como apagones, baches, un solo periódico, y que no hay, por ejemplo, pasta de dientes. La pasta de dientes es lo de menos porque nadie besará a las coristas.

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