www.cubaencuentro.com Lunes, 07 de marzo de 2005

 
Parte 1/2
 
Carta a Roderico Neyra (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Tropicómano, pachatero y creactivo Roderico Neyra, alias Rodney:

No hay como el cabaret. Usted lo sabía mejor que nadie. El cabaret es como la vida, con mesa, mulata, meneo, arrempuje y consumición. Luz y espectáculo, movimiento, ilusión, sonido y calor humano, sobre todo si uno lleva a una dama con la alegría bien distribuida por cuerpo y cara. Pueden decir lo mismo del cine, y de algunos congresos y orgías, pero no, el cabaret lo supera todo. En un congreso también pueden pasar cosas desagradables. Y el cine, bueeeeeeno, después que uno sale y cuenta la película un par de veces, ya pierde su encanto. Luego, cuando ve otro filme, y al inicio le aparece el león abriendo la bocaza, hay temor de haberla visto ya.

Pero en el cabaret no. Aunque le salga la misma morena emplumada a la pista una y mil veces, queda la cosa del misterio, y también la novela de qué estará pasando entre bambalinas, quién fabricó a esa mujerona tan perfecta y cómo le olerá la gandinga cuando termine de batirse. Como en la vida real, pero corrido, sin publicidad.

Sé que el género tiene mala fama en la Isla. Le acusaron siempre de no ser arte, de indecente, de picúo —que en castellano fino se llama ahora naif o kitsch—, de barato, de efímero, de ligero, de liviano, de inmoral, de anti cultural, de complaciente, de superficial, y de una larga lista de otras valoraciones.

Error. Tal vez uno no aprecie un cuadro de baile, como haría con Giselle en la penumbra del teatro, bajo otras luces y con cuatro añejos entre pecho y espalda. Puede que por ahí vengan las críticas. Es posible que Giselle no tenga tanto ritmo y sabor como las otras del cabaret. También acepto que no es lo mismo dispararse a un barítono disfrazado con frac, y con el solitario acompañamiento de un pianista, estando sentado en butaca. Pero me agarran a Pavarotti, le ponen cuatro buenas hembras moviéndose a su alrededor, y hay que ver la atención que la gente le presta.

Todo eso lo supo intuir usted, que tal vez no tuviera una cultura integral. Pero, para lo que vale una cultura integral, es mejor que no se integralice mucho y se tenga garra para conectar con el público, y saber mezclar a la Riverside con leones, un cuerpo de baile representando la corte de los mandarines chinos y saber cerrar con un bembé en toda regla, que al final del rifle de añejo uno no sabe muy bien dónde estuvo, si en un toque de santos, si en la Scala de Milán o en un fumadero de opio de Hong Kong. Esa es la magia del cabaret. Y que alguien me diga que la vida no tiene esas alegres desconexiones.

Otros prejuicios que se tuvieron, tras el accidente del 59, fueron confundir el cabaret con nido de pervertidos y obsesos sexuales, mariquitas, flojiñangas, flores del pantano, mujeres nocturnales y vampiresas. Hay quien trabaja de noche y no es chivato, ni vigilante del CDR, ni violador de guasasas. Que alguien se gane el pan meneando el pudín no es repudiable. Hay quien lo hace mal dirigiendo un país y nadie le dice que se vaya a rascar guayo. También se habló siempre de brillos y oropeles. Falso. Si casi todo es imitación e ilusión. Manipulación y engaño, como ciertas convocatorias y discursos. Sucede que el coreógrafo que le sustituyó es un pasmado, un aburrido, y cree que no es heroico bailar un mambo.

Por eso hoy le proso. Leproso usted también, y a pesar de ello, un genio en lo suyo, a quien los americanos —que serán malos y todo, pero son los que más le saben al espectáculo— le pusieron en la mano enguantada un cheque en blanco para que fuera a los cabareses de Las Vegas a poner en práctica sus sueños. Nanay. Su espíritu nacional eligió Tropicana, aquella antigua finca de Villa Mina que el italiano Víctor de Correa convirtió en una verdadera mina allá en 1939, primero con el nombrecito de Beau Site, y aconsejándose más tarde con el otro, sacado de una canción de Alfredo Brito; un verdadero paraíso salvaje bajo las estrellas. Allí, con sus delirios en escena, iba a romperle la cara al imperialismo. Y de paso, conquistar portada de la afamada revista Esquire, con una de sus primeras producciones.

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