www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a la Croqueta Lunajod
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Celestial, exquisita y cariñosa Croqueta Lunajod:

Sé que no debería hablar en singular, pues el asunto de la croqueta más famosa de nuestro romancero gitano, más que particular ha sido plural, aunque no deja de ser singularísimo en la evolución gastronómica de este universo en que tanto chef se faja por inventar algo diferente y, al cumplir el sueño progresista de ser como el chef, aboliviar todas las recetas predecesoras.

Ya me estoy complicando y la boca se me comienza a secar, condiciones idóneas para que entre el sabor, la textura inolvidable, la masa compacta de esa hechura que ha quedado marcada para siempre en los paladares más fieros y las glotis más desaforadas. En fin, que hablo de la croqueta en sí, como concepto, y no de las múltiples, incontables, torrenciales croquetas en no, que consumimos como sublime logro de un proceso. Todo un logrotipo. La vida, decía el filósofo, no es redonda y viene en caja cuadrada. La vida es cilíndrica, y cuesta deglutirla.

Me permitirás entonces que eleve para ti una oda. Tanto has odido, que la mereces. Y sé que allá, o allí —nunca se sabe— en mi última oda, cuando esté mi cuerpo abonizando —verbo de nueva creación que cumple aquel deseo de Julio Antonio de ser útiles hasta después de muertos—, mi último pensamiento será para ti. Bajo otro cielo pero con la misma laringe, tu sabor a naturaleza muerta lo inundará todo. Emitiré un quejido, un estertor, y casi me saldrá aquel verso sublime de Aquilino Vives que te cantó, genial, con este baikú —composición poética japonesa adoptada en esa antigua República Soviética— con sabor a petróleo: "Tengo un nudo en la garganta".

Pero, hagamos un poco de historia. Cuentan que el primer modelo de eso que luego llamamos croqueta fue creado casualmente por el carpintero ruso Piort Leonovitch Abrasov, en su taller de una aldea cercana a Novosibirsk. Piort, que empezaba su larga faena serrando abedules mientras cataba diferentes tipos de vodka, vodkó sin querer unos tacos de madera en la brea que, más tarde, en otro descuido, dejó secar sobre el serrín. El artesano intentaba proporcionar a un correo del zar unos supositorios para combatir las hemorroides, pero, sus profundas calibaciones le habían hundido prácticamente en la miseria y nadie encargaba trabajos a Piort, cuya economía iba de mal en piort. Esa noche mojó aquellos cilindros cubiertos de aromática madera rayada en el borsh y se los disparó.

Los médicos que le intervinieron se asombraron al encontrar en su buche diecinueve formas perfectas, que podían verse en el Museo Distrital de Siberia hasta la hambruna de 1932, cuando desaparecieron misteriosamente. Un científico pensó que si aquellas formas se hacían con carne de esturión, podían ser digeridas. Pero, cuando lo destinaron al Ejército Rojo bajo las órdenes de Budionni, comprobó que, rellenos de pólvora descalabraban mejor al enemigo. Sobrevivientes de aquella contienda confirman otra modalidad: hecha su masa con carne de atamán, eran realmente superiores.

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