www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a José Silverio Jorrín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Escueto, pálido, cuasi anodino, casi bruno José Silverio Jorrín Bramosio:

J. S. Sorrín

Estoy absolutamente convencido —yo, que para estar convencido a esta altura de algo, es sospechoso—, y qué le digo convencido, estoy absolutamente casi un poco ligeramente seguro de que quien lea esta carta se preguntará de inmediato quién rayos es usted. Y por no ir más lejos, usted mismo se estará preguntando quién demonios es usted, y a qué se debe que un cubano del siglo XXI —o casi; es decir, casi cubano y casi del siglo XXI— se acuerde de su persona y se tome el trabajo de escribirle una carta, que es como enderezarle una misiva y sacarlo a flote tras chapoletear en la grisura rica y humeante, en la clandestinidad y en la invisibilidad con la que ha estado desde el siglo XIX.

Es una costumbre muy cubana esa de ser alguien o algo. Un trauma que a lo largo de toda nuestra historia ha puesto romo el trauma nacional. Todo el mundo se empeña en pasar por esta vida alcanzando alguna cosa, un objetivo, o dos libras extras de tomate. En cualquier familia que se respete sus miembros se ufanan hasta el desequilibrio pisiquiátrico para que, al menos uno de la horda, tenga un adjetivo que ponerle al apellido. ¡Señor! Eso nos ha enfermado, nos desguaza, nos lacera hasta la acera de enfrente, y por más que rememos, la más de las veces terminamos atorados entre los mangles. Casualmente, en este momento del siglo XXI, remar y llegar aunque sea a enredarse en los mangles ya es una carrera codiciada, y un fin en sí mismo. Pero ya estoy otra vez en la tumoración y el disparate.

Decía que en el inconsciente colectivo la herencia medieval hispana —ese chorizo gallego que, mezclado convenientemente con guarapo, forma parte de nuestro cerebelo insular— está clavado, como una espinita o una puntilla cabezona, el aquello de ser algo o alguien, doctor o general, jefe o gerifalte, con tal de no pasar como flato sin aroma por la existencia. Y no es que el cubano aspire a desarrollar sus potencialidades, sus potentes apetencias o sus siete potencias siá cará, no, lo hace para jeringar al prójimo, para restregarle en la cara lo que tiene, con un goce entre infantil y diabólico. Si Freud hubiera vivido en nuestra isla se habría convertido en camillero o vendedor de pirulíes.

No de balde una de las frases más comunes, el medidor más exacto —la agencia Gallup, anglo ella, nunca la ha tenido en cuenta, la pobre— es esa pregunta insular que dice: "Mijito, ¿quién tú eres?", superada sólo por otra, más moderna y sulfurosa, que va más al fondo, y desarma al aludido ante el jolgorio de la concurrencia. Es esa que dice: "¿Y éste quién se cree que es?". Salfumán en spray.

Y digo toda esta sarta de genitales elucubraciones un poco con respecto a usted, para que no se me sienta mal, que luego se me pone a valorar que no fue nada en ese siglo XIX, y se me deprime. Ya con morirse es suficiente como para que de ñapa, se convierta en un muerto deprimido. En mi profunda sabriduría he llegado a conclusiones importantes en eso de ser o no ser, para no resultar desabrido. La cosa no es el pecado original, sino lo original de tu pecado.

Si yo me paro ahora en cualquier buena esquina de La Habana, y qué digo de La Habana, si me paro en la única esquina de Victoria de Las Tunas y grito su nombre, nadie sabrá a quién llamo. Usted se ha desdibujado tanto en nuestra historia patria que no lo menciona ni Willi Chirino en su recuento de personajes a quienes espera ver pasar por Libertad y Campanario, por Infanta y Manglar, por 23 y 12, por Pepe Antonio y Máximo Gómez, por Prado y Neptuno, o por la misma esquina de Toyo.

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