www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a José Silverio Jorrín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Lo más singular, lo que pudieran ser las hojas para agarrar su vida como un rábano es que donó muchísimos libros a la Sociedad Económica de Amigos del País, fundamentalmente las obras de agricultura más selectas. Ah, y que publicó un libro que creo aún se utiliza, titulado Curso elemental de Dibujo lineal. Y ya. Algún detalle por aquí, una contribución por allá, un dinerito donado acullá. Así no hay quien quede en la historia, así que no se me queje. ¡Todavía si hubiese sido usted inventor!

Bueno, hay muchas formas de ser inventor. Lo digo por uno muy grande y muy nuestro, que inventar, lo que se dice inventar, no ha inventado nada. Pero hay que ver con qué gracia y entusiasmo se atribuye y aplica lo que hicieron otros. Para evitar buscarnos su enemistad irritándole, y de ese modo sacarlo de su paso victorioso y de su inventiva, le llamaremos Ollantay, porque su más reciente invento ya inventado ha sido la olla de presión y su pariente moderna, la olla arrocera.

Fíjese lo bicho que es nuestro Ollantay Ollazábal, que ahora todos lo relacionan con tal artefacto o instrumento, cuando eso ha sido cocinado por muchos cerebros mundiales. El primero, el anglo- francés Denis Papin, físico y matemático —¿se fijó que era un hombre doble?—, que inventó una olla al vapor en 1679. Luego la presentó en la Royal Society of London y no le hicieron ni puñetero caso, acostumbrados a los hervidos y asados. No prosperó la cosa, aunque admitieron a Papin en la cofradía. De ahí vienen seguramente Los Papines, que inventaron otra cosa mejor.

La primera patente del cachivache fue concedida en Francia, en 1948, a un tal M. Devedjian, que, al ser armenio, fabricó unos armeniosos y rápidos artefactos que bautizó cocotte minute. En 1952 llegó George Laverne y lo perfeccionó, tirando hacia lo grande, hacia lo morrocotudo, con ollas de 300 litros, el sueño de todo curda decente que quiera hacer azuquín de vino de romerillo. Y en 53, cuando nuestro Ollantay estaba jugando a la guerrita y asaltando cuarteles, los hermanos Lescure hicieron la supercocotte SEB, en Bourgogne.

Cincuenta y dos años más tarde, nuestro genio nacional se apea con el invento bajo el brazo y le dedica cinco horas, en una presentación magistral, aderezada con consejos culinarios, recetas y trucos de abuela gallega, y le vende la olla al mundo.

Lo que usted no sabe es que nuestro Ollantay Ollazábal Castrolla tiene altas responsabilidades en ese latifundio llamado Cuba. Es Cacique y brujo, dueño y capataz, gran sabio de la tribu y guerrero. De manera que ha sorprendido al universo dedicándole el tiempo que el señor Denis Papin no supo o no pudo dedicar a su cacharro en la Royal Society of London. Ver a un mandatario cazuelero, hollando la cocina cubana, es como para decirse, bajito por si las moscas, que algo han de tener estos trastos de interesante. Y es que nuestro genio le puso más cocotte que nadie al asunto.

Lo que el mundo no entiende es que él pudo, con paciencia y mañas, perfeccionar la patente. Durante 46 años ha estado cocinando al pueblo a fuego lento, dándole todo tipo de presión, quitando y poniendo la valvulita. Es como si el Diablo no supiera a qué temperatura se pone líquido el azufre.

Anónimo y descolorido como usted,

Ramón

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