www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a Diego Grillo (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Miami
 

Fuiste acumulando tantos méritos en ese sentido que un gobernador, el señor Don Juan de Maldonado Barnuevo desató feroz campaña para capturarte y así acabar con tu ferocidad. Pamplinas. Todo se resumía a una vil campaña de prensa, en la que te acusaban de aliarte a potencia enemiga, olvidando que España era también otra potencia, y enemiguísima, por más señas. Impotente que era el tal Maldonado, que en su rabia llegó a acusarte de contubernios con la mafia de Liverpool, y de desmanes, atropellos y continuas afrentas, cuando tú, en realidad, te afrentabas con valor a las huestes españolas en terreno poco firme, que es como se le dice a la mar incluso cuando no está movida.

Para tu descarga —entre tanta descarga de fusilería, tanto abordaje con aguaje y tanto cañoneo, algo bueno debías tener— se cuenta el caso de cómo respetaste vida y honra de Doña Isabel de Caraveo, viuda del gobernador de Campeche, un tal Centeno de Maldonado —en esa época el que no era Maldonado era un poco Centeno— dama frutal y espléndida, mórbida y digerible, hermosa como pocas, cuya pesada viudez pedía a gritos que alguien le trabajara un poco la honra con urgencia e intensidad.

Sin embargo, fuiste incapataz de tocarla, rozarla, lijarla con la punta de tu alfanje forajido —cosa que ella tal vez te reprocharía eternamente— porque en ese siglo absurdo la honra importaba menos que la vida. Ya lo decía desde el palo mayor aquel juglar preclaro: "La vida no vale nada", que es un poco el antecedente de lo que luego sería fórmula de cortesía en los velorios.

Sucedió en la famosa batalla de Campeche. Una batallaza animadísima, llena de movimiento, humaredas, pólvoras y polvorones, y donde virtualmente no quedó títere con cabeza ni campechano con aliento. He encontrado un párrafo —muy garrafal y parricida— donde se describe otro asalto de los tuyos, que si se comparan con los de Hollywood, Errrol Flynn era casi la Dama de las Camelias. Dice: "Se aproximan concentrando fiero cañoneo sobre uno de los galeones españoles. Desde lo alto del alcázar anima Grillo a sus holandeses, franceses e ingleses, improando sobre la nave española que defiende Monasterios la ataca con salvaje denuedo".

Propongo hacer un alto en el combate y analizar con mucho garfio la parrafada genial del citado archivo. Siento que esa batalla, narrada por Yiki Quintana, le pone a cualquiera las endorfinas a millón. Lo primero reitera lo que dije al principio: estabas trepado en el alcázar, que no sé muy bien qué es, pero sí estoy segurísimo que no era un hotel. Es muy difícil animar a la gente desde un hotel cuando se trata de un combate, asalto, saqueo o abordajamiento. Aunque mirando que son extranjeros, holandeses, ingleses y franceses, cualquiera se confunde. No se puede olvidar que fuiste de ese modo el primero en comandar una tropa mixta, lo que te convierte en una especie de comandante internacionalista.

Y menos mal que tus legiones eran de ese lado del mundo. Presumo que hubiera sido más difícil animar a gente de otras zonas del planeta, bolivianos, por ejemplo. Para animar a unos bolivianos hubieras tenido que tocar la quena y la zampoña desde el alcázar y no pasarían de esa alegría mínima que da el carnavalito. Lo siguiente que llama mi atención es eso tan rarito de "improando", que suena a verbo intermedio entre imprecando e incubando. Incubar no significa precisamente estar dentro de Cuba, sino algo como meter dentro. Y ahí vuelvo a caer en la bella viuda Isabel, cuya cara veo llena de insatisfacción y posterior roña, porque te dio por ser gentil y no incubarla como ella estaba pidiendo a gritos. Me la juego que estaba loquita por tener un grillo dentro.

Lo de Campeche fue tremendo. El destripado estuvo a la orden del día. Imagino que estabas pletórico al mando de galeones y jabeques. Cuando un mulato tiene bajo su mando a un par de jabeques se le sube la raza al cabezal y el alcázar. Luego de lo que en términos legales se llama la consumación de los hechos, y que cualquiera calificaría como destripación y recholata, tuviste dos momentos legendarios: entre los muertos encontraste —ya cadáver, que es como decir inevitablemente muerto— a aquel español que te sostuvo o sumergió en la pila bautismal o piscina cristiana, y la posibilidad real del hecho te conmovió a todos.

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