www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a María la China (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Jacarandosa, guararayera y por encima del nivel María la China, strike two:

En una semana hay tiempo para reflexionar las piernas, así que creo estar preparado para hacerle al mundo otras revelaciones sobre tu persona, tu alegre ideario filosófico y tu currículo libertario, que muchos juzgaron libertido. A mí, esto del revelado, me entusiasma. Cada cual es como decir cada quien; cada persona es un mundo y tiene un sueño en la vida, a veces muy oculto, y en ocasiones medio desenterrado.

No asombraré a nadie si digo que creo haber descubierto que el sueño de Michael Jackson es ser un tiovivo. Léase carrusel, porque de vivo no tiene mucho, y de tío le queda poco. Yuri Gagarin soñaba con alejarse un rato de su casa, aunque nunca imaginó que lo mandarían tan lejos. Y el de Pamela Anderson se parece mucho al del rey del pop: una fila interminable de niños dispuestos a matarse el hambre pegándose a sus famosísimas ubres. Así que el tuyo debió ser, de seguro, algo astral y musical, una Liza Minelli de barrio, caída del cielo, que no de balde parecías secuestrada —que se dice abducida— por los extrapedrestres. Tal vez tu humor y tu alegría intentaban luchar contra la abducia reinante.

No diré que tu vida haya sido un carnaval. Nadie la vive completamente de ese modo. Los hay que echan a perder el carnaval ajeno, y con eso gozan. Se hacen los sansis, los locadios, "los más locos que sus madres y más borrachos que sus padres", pero son, en realidad, los que se consideran más normales que nadie en este mundo infeliz, repleto de postalitas y bolsas de polietileno. Tú aprendiste, sin embargo, que la procesión debía ir por dentro, para que así el Comité de Defensa te dejara quieta, que es la única manera de ser dueño de uno mismo sin que lo intervenga el Estado. Ya lo dijo uno muy cuerdo que nos dejó cuerda para rato: "Ser ocultos para ser libres".

Y como en Cubita bella todo se fue supeditando a las alturas, desde que los mascachapas clamaban que hacía falta un hombre fuerte —en un sospechoso reclamo mariquita, oculto y fervoroso, porque llegara "El Hombre, nuestro Hombre"—, otros, en cambio, seguían con la sanguanguería mística de que debía aterrizar un mesías, todos los cubanos empezamos a padecer de la cervical de tanto mirar hacia la estantería de arriba. Hasta la música lo anunciaba, ablandando conciencias. Bimbi y su Trío Oriental, en guaracha de Ñico Saquito, justificaba que a uno le aflojaran el bastidor diciendo: "Pero, oye, caserita/ pero mira,/ yo no tengo la culpita, pero mira/ lo manda el superioooor".

Por eso tu rebelión, por musical, era distinta. Tal parecía que habías pasado la noche experimentando nuevas formas de comunicación, y que en la mañana te colgabas las gangarrias, pelo suelto y carretera, loquita —con perdón— por estrenar los nuevos inventos entre el pasaje urbano. Ahí pagaba siempre el más anciano y más cándido, que curiosamente suelen ser el mismo individuo. Ese era tu número de presentación, tu rompida de hielo, tu numerito inaugural. Elegida la víctima, sólo faltaba captar la atención del diverso, encabritado, indócil y en ocasiones indiferente, auditorio.

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