www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a María la China (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Entonces, con tus largos, sensuales y huesudos dedos, agarrabas el lóbulo de la oreja más cercana —Caperucita con el lóbulo feroz— con una ternura que el interfecto confundía, que le hacía recordar placeres pasados, aplaces olvidados, fruiciones idas, para abrir tu fruición. Palpabas un par de segundos la masita amorfa, mirando en derredor, y le soltabas a bocajarro una sentencia que, en el fondo, más que apreciación anatómica, podía ser también evaluación de su ideología: "Ay, pipo, cada día la tienes más blandita". Impacto certero, rugir de la concurrencia. Y el sujeto, blanco de tu amable burla, se ponía encarnado, clamando al cielo por ser el elegido de tu encarne. Ziegfeld Follies se revolvía en su tumba, lamentando no haberte conocido. Y otro tanto haría el infeliz creador del Teatro Shangai. Ahí subía el telón y, pasen, señores, pasen, que esto es mejor que un domingo con puerco.

Pero a mí no me engañabas. Detrás de toda aquella aparente inocencia, en el fondo de la fingida y juguetona lujuria, estaba agazapada la hondísima reflexión filosófica, el anatema que crucificaba la actualidad política, estremeciendo, a sotto voce, la sociedad impura que nos vendían como en barquillos relucientes. Se te veía allá, en el cimiento de los rasgados y picarones ojos. Se notaba en el amarillento iris lo que iras en realidad, porque la pupila se te hacía pasar por niña, cuando en realidad era un cristalino lleno de cianuro.

Como aquella mañana en el Parque Lenin, el más concurrido sitio cultural del momento, y donde se podía mezclar arte con queso crema, combinación que nunca descubrió Andy Warhol. Por eso habían puesto allí aquella gigantesca cabeza de bonchevique. Era un yeso sereno, o un sereno de yeso: vigilaba a revendedores furtivos de cuajadas y tabletas de chocolate, y a los que ansiábamos cremarnos en lo lácteo, porque el paraíso de los soviets tiene un límite. Y como en todo paraíso, la serpiente es lo más importante.

Yo iba ingenuo, respirando arte. Ingenuo y entretenido. Era tan ingenuo que aún creía que los sindicatos servían para algo, que un dirigente era una inteligencia y no un porta bolígrafos y que los niños venían de París, en brazos de los trabajadores más destacados. Iba así, navegando en mi ingenuidad, con la brisa mañanera despeinando mi ignorancia del Gulag, y apareciste tú en el camino. Sacaste de tu jaba aquel menú plastificado, donde conté, sorprendido e ingenuo, más de treinta números de repertorio. Y tu garra simpática no se extendió hasta apresar mi oreja, para decirme, extrañada, que la tenía muy dura, no. Tocaste mi barbada papada, mi bárbara barba, mi insolencia llanera, y, sopesando aquellos horribles vellos de la carótida, aquellas juveniles greñas de mi mandíbula, dijiste, sabia y definitiva: "Ay, niño, si esta es la muestra, ¿cómo será el paquete?", como si valoraras la mayonesa por la etiqueta.

Ahí mismo entendí tu estrategia. Lo comprobé al verte abordar más tarde la guagua, subiendo de espaldas por la puerta delantera, diciéndole al chofer que era para que pensaran que bajabas. Lo tuyo era la confusión mediante el relajo. O mantener vivo el relajo para que nadie se confundiera. Ya sabía tu respuesta en otras ocasiones en situaciones idénticas: "No te preocupes, mi chino, esto es para encaramárteme de espalda y por delante, a ver cómo tienes la palanca", y seguías así, plantación adentro, a cosechar otros aplausos.

Era eso: la subversión mezclada con el mantenimiento del vernáculo, porque le dabas a la gente —que ya comenzaba a ponerse solemne como quería el Amargado Mayor— por la verna del busto. Eras Kant con guarapo. Platón de aluminio, que es como decir que se la ponías en bandeja al cubano. Kirkegaard se hubiese sentido en la gloria con tu praxis, moviendo el europeo cóccix. Eras Hegel llevado al guaguancó con el aporte de una bandurria en segundo plano. Filosofía pélvica, en adaptación inocente, como si llevaran a la pantalla los cuentos de los Hermanos Krim 18.

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