www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a Miguel Teurbe Tolón (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Por eso hay que tener cuidado con los patriotas. Niño que pinte para patriota hay que agarrarlo a tiempo y meterlo en un reformatorio, o desinfectarlo hasta que se le deshinche el cerebelo del mal de pretender hacer el bien. No era el caso suyo, que era, en definitiva, un artista. Y cuando a un artista con tojosas en las ramas de la imaginación le da por lo medieval, y por pintar banderolas y clipeos, se le va la parte gaseosa del cli. Por eso la pesadísima llave, dorada y de vástago macizo, que deslabra al primer vástago que se le distraiga debajo. Y también la insistencia con la palma, cará, que si se mira bien ha vestido, cubierto y alimentado al cubano, pero que, como símbolo, es pesimista cantidad, porque nos augura un futuro de palmiche, y un presente al que no se le quita la cochiquera por mucho detergente que se le eche.

Y menos mal que no le coló un almiquí en ningún cuartel. Primero, porque en un cuartel pueden haber representantes de la fauna más diversa, pero de almiquíes, nananina. Y en segundo, porque, los pobres, decidieron replegarse ante tanto desastre, donde lo ecológico es lo que menos importa. Pero se siente la ausencia animalia. Llegado el caso bien pudo ponerle su manjuarí, que con el cuento y la jarana es un artefacto muy antiguo, que ha resistido hasta el socialismo, que es la prueba suprema que Dios le puede poner a ser vivo en este descalabro universal.

¿Escudos, para qué? Todavía si fueran de neón, quedarían de lo más bonitos. Pero el gasto energético sería insostenible. Una costumbre de la heráldica es recurrir a la flora, y nosotros no éramos menos. Hasta los bolivianos le pusieron al suyo laurel alrededor, en vez de coca, porque el laurel —sobre todo el del patio grande— simboliza la Fe y la esperanza, cuando lo que más se necesita es caridad, aunque sea del cobre.

Y como en su época flotaba el halo francés, y formaba un espeso viso sobre el tejado cerebral de los libertarios —y de anexionistas diversos, pues un anexionista es un libertario que quiere ir al seguro—, usted remató nuestro escudo con su gorro frígido, que ninguna relación tiene con la pachanguita de carnavales, que hubiera sido la perfecta. Con ese gorro frígido, rojo, rojísimo, echado así, como de medio lado, al estilo canalla, que está entre la tristeza y que es de una talla superior, parece que el escudo se derritiera. Con los calores de Cuba, cubano que se ponga un gorro de esos hay que trepanarlo e instalarle agua mineral con hielo. Son los peligros de querer ser un imposible. El que más cerquita le picó a lo robesperiano fue Carpentier, y porque se le trababa la lengua.

De todos modos, y aunque me duela que se le recuerde más por esas absurdeces creativas y no por la finísima metáfora, hay que agradecerle, por lo bajito, el esfuerzo. Cuando uno se pierde en una estación de trenes gigantesca, y ve por allá los colores patrios, se siente salvado. Así que, como objetos de referencia funcionan. Regresó a Cuba a punto de palmarla, sin entender que los médicos buenos se estaban yendo. Tal vez le dijeron que en la Isla, al menos, era más barato morirse. Lo enterraron e incluyeron sus versos en El laúd del desterrado, una antología. Ahora sería imposible, precisamente porque, al romperse el instrumento, o tanta gente querer llevarse la música a otra parte, es un alud de desterrados que se destarran.

Finalizo con otro agradecimiento. Hablo nuevamente de fauna. Tuvo el buen tino de no imitar a los colegas de otros pueblos americanos. Los mismos Estados Unidos Mexicanos habían colado un águila que apeyunca, gozosa, a una serpiente. A nosotros, si lo mira bien, nos tocaba otro pajarraco: un aura tiñosa comiéndose un cable.

Su escudero sin chino atrás,

Ramón

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