www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta al Aparato
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Acabáramos. ¡El aparato estatal! ¡El Estado! Artefacto, organismo vivo que te pasma orgasmos y te desinfecta y desactiva. ¡Otro útero puñétero! Pero, ese artificioso artificio —que también puede ser un ingenio porque lleva central— no se sostiene solo, ni controla por sí mismo —per sé, para que vean que también le meto al patuá— todas las piezas. Detrás suyo, y por debajito, ramificado, en la parte donde menos luz da, y donde menos ruido hace, caminando con pies de plomo —por eso es un plomazo—, con pisadas felinas, enmascarado, lleno de ojos, ojazos y ojitos, con lenguas esponjosas de todo tamaño, se extiende otro ente —quien ente, no sale—, otra entente repelente —"Alberto Delgado, cará. Tú y el Sánchez ese que nadie sabe quién coño es, si existe o no existe"—, la hidra de las mil cabezas: el otro, el verdadero aparrato. El Aparato.

La gente, incluso las personas, lo mencionan bajando la voz, como si el estrangulador de Boston les apretara la tráquea, casi en susurros, en lenguaje elusivo y alusivo, bordeando la carretera: "Cuidao, mi socio, que Fulano es del aparato" o "Se le metió el aparato en el gabinete", y también: "El aparato se puso pa' su cartón", que siempre me hacía pensar: qué bueno que el aparato aproveche el cartón como materia prima; y pensaba en un trasto enorme, engullendo papel —una especie de pantagruélico Bobo de la Yuca—, cajitas de cumpleaños usadas, libros nocivos, orientaciones de arriba, despulpándolos, pulverizando, como un gigantesco pulpo en pulpería.

Ese aparato te vigila con sus aparatos; te escucha desde adentro de tu aparato; te sigue, te vela, te palpa —y te tacta la rectitud rectalmente—, te tantea, te puntea, te apunta y te banquea. Se instala en tus aparatos diversos: en el locomotor —te obliga a correr o a andar piano—, en el respiratorio porque te hace perder aire, y más que aparato sanguíneo, es sangriento o sanguinolento.

Como Dios, habita cualquier sitio y tiene cualquier forma. Por mucho que te cuides, que no hables, que no opines, que lo cierres todo, que lo apagues todo, Él sigue ahí, casi metido dentro de ti, carne de tu carné, como un virus, un orzuelo, una carie, una caspa, una ceborrea, una sífilis filípica, un oxiuro tenaz, ávido de información. Te calibra y te colibrea. Es lechuza y zunzún, un sunsun bá baé.

La imaginería popular le ha hecho todopoderoso. La superstición le ha creado múltiples, y hasta divertidos aparatos, con los que trabaja ese aparato: desde el comencubo uniformado de safari —la pieza más visible—, hasta el fatal cocodrilo sin dientes o el gorila bujarra, que te esperan al final del túnel de los interrogatorios, amén de otros tarecos que convierten la vida humana en yogourt de la estepa mongola, como el aire acondicionado que solamente echa calor, el bombillo que no se funde nunca, y el desayuno cada dos horas. Cereales cerebrales que te hacen pensar que Franz Kafka era un comebola inventando disparates.

Yo tuve conciencia de que existía, el día que perdí mi primer diente de leche. Se cayó solo, por sí mismo, por ley natural, como asustado al saber que al año siguiente no habría más leche. Más tarde, y durante mucho tiempo, me cuidé los otros, que podrían caer por fuerza ajena, ayudados por el aparato. Aquella primera noche desdentada, me tragué el cuento de que, en la oscuridad, vendría el ratoncito a llevarse la pieza, y que en su lugar, me dejaría una brillante peseta. Y así sucedió. Pero he pasado años preguntándome para qué quería el nocturno roedor tomarme también las huellas digitales. Mis dedos llenos de tinta así lo afirmaban.

Desde entonces viví convencido de dónde podré encontrar todas mis piezas dentales, los pelos que se me caían en el baño, mis emanaciones fétidas, y mis ronquidos. En algún cajón, en un remoto y disimulado archivo, está guardado mi pasado, todo lo que dije y pensé. El aparato se convirtió en mi memoria, en un aditamento insospechado de mí mismo, en la prolongación de mi sombra. Y de nada me vale saber que sucedió exactamente lo mismo en millones de hogares.

Pasé muchos años sospechando de mis padres, calculando cuál de los dos era el agente Tiburcio. Y a lo mejor el ratoncito aquel que se llevó mi primer diente, es, a esta altura, un coronel. O lo han puesto a dirigir una empresa mixta. Esas nuevas diversiones del aparato para que no se caiga el otro aparato.

Aparatado de todos los aparatos,

Ramón

1. Inicio
2. De todo esto...
3. Acabáramos...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Carta a Moisés ben Maimón
RFL, Miami
Lecciones de vida
ENRISCO, Nueva Jersey
Carta a Diego Grillo (II)
RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Miami
Carta a Diego Grillo (I)
RFL, Barcelona
Carta al Tocororo (II)
Carta al Tocororo (I)
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir