www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta al ciclón Flora
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Imperialista, esclerótico y devastador ciclón Flora:

Yo no sabía casi nada de ciclones hasta el 4 de octubre de 1963, cuando comenzaste a soplar por la punta de Maisí, como hizo el lobo en la casa de los tres cerditos, y la mía empezó a llenarse de una multitud que se comió todo lo porcino, y por poco le meten el diente al lobo que vivía en mi imaginación, por si no acababas tú de acabar. Lo tuve que disfrazar de Caperucita Roja para salvarlo. Luego, como un reto social, mientras afuera caían los restos, y siendo todavía chiquitico pero sin mamey, me puse para la onda ciclónica, en ciclos cada vez más huracanados, y fui el vórtice de todos los desastres.

Desde entonces sospeché que los indocubanos no se habían extinguido por sífilis o malos tratos, sino por falta de previsión, y porque su poco desarrollo no les permitió hacer embalses. Ni siquiera embalsamaban a sus muertos: los colocaban en cuevas, ya convertidos en huesitos, para alegría de los futuros arqueólogos: fémur-vasija, tibia- cemí, cráneo-collarcito de conchas, y se divertían cantidad con ese areíto, hasta que venía Mabuya con una manga de viento y mezclaba siboneyes con taínos, taínos con guayabos blancos, caribes con cayos redondos, y así no se desarrolla nadie en este mundo, ni se desmoraliza a un ciclón.

Es posible que en esa época pasaran huracanes morrocotudos como tú, desaforados, atarzanados, zangaliporros, hercúleos, que hicieran caerse de hercúleos a tribus completas. He ahí quizá el origen del casabe, torta aplastada por un cuerpo. Desde entonces el almiquí se dejó ver muy poco, y así ha logrado sobrevivir a todas las desgracias políticas y ecológicas que le han tirado encima. Los aborígenes salían desperdigados por los aires cuando les agarraba el juracán, que en esa época era todavía un fenómeno atmosférico que luego, superándose esforzadamente, se convirtió en fenómeno meteorológico, hasta alcanzar su estado actual de ambivalencia dañina. Años después de haber pasado tú, con nombre dulce de mujer y contoneos mortales, por mi provincia, y ya sin indios a la vista, los ancianos —que habían perdido los dientes con tus fuertes rachas, y los cerditos con tus abundantes lluvias— te seguían calificando de ese modo: "¿El Flora? Ese fue un fenómeno, compay".

Sin embargo, y a pesar de que los aborígenes no sabían nada de Lévi-Strauss, ni de Defensa Civil, y mucho menos de partes meteorológicos o mapas del tiempo, aguantaron lo suficiente, junto a la flora y la fauna, para que el almirante Cristóbal les conociera a ambos los tres. A eso se le llama, en buen castellano, capear el temporal, que no es lo mismo que templar al caporal o capar al mayoral. Ya después de saberse incluidos en la historia, podían salir catapulteados por los aires, o morir aplastados por armaduras, ceibas, o techos de adobe. El caso mismo de Colón atestigua la fuerza de los elementos en nuestra alegre zona geográfica: salió casi a palos de Palos, cuando María era una Niña con Pinta de Santa, y al llegar, todas eran calaveras. Me la juego a que los agarró un vórtice por el camino.

Yo no sabía nada de eso el 4 de octubre de 1963, aunque imaginaba que muchos de los damnificados que atiborraron mi casa, refugiándose de tus destrozos, se iban a quedar allí muchos meses, y que un mes más tarde le iba a pasar algo malo a Kennedy, pero no lo comuniqué a las autoridades, ni a mis padres. Eran intuiciones de muchacho, desde que vi un burro hinchado pasar panza arriba por mi calle, como perdido, con lo fácil que era encontrar una dirección en mi pueblo antes de que te llevaras los techos. El viento aullaba y los damnificados de mi casa también. La chiva de la esquina no llegó nunca a aullar, pero balaba como podía, hasta que un ramalazo de viento la elevó por los aires y la depositó, sana y salva, en los pastos de Oklahoma. De balar pasó a volar, y luego a no dejar que la extraditaran.

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