www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a Guillermo Tell
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Uno de aquellos germanos, en realidad, un gran germano del ducado de Suabia, era Hermann Gessler, gobernador que suabía humillar a sus vasallos. Dice la historia —y también la leyenda— y no la contradigo, que "el tirano hizo a Tell víctima de una chanza salvaje". Esto de "chanza salvaje" a mí me suena a burlita, pero quizás era un mamífero del siglo XV. Yo no sé cómo le decían a los puercos de Suiza en la antigüedad. De cantón a cantón cambiaban los nombres y la manera de cocinarlos.

Es posible que lo de chanza salvaje fuera la cabronancia que se le ocurrió a Gessler, con aquella orden de que cada suizo tenía que inclinarse, a manera de saludo sumiso, ante el sombrero del cruel germano, que con tanta soberbia se iba haciendo, lentamente, austriaco. El sombrero era un cagua ridículo, pero no había quien se lo dijera a Gessler, que lo había puesto bajo el tilo de Altdorf. Eso es muy sintomático e interesante, y nos revela que por muy puñeteros que fueran los tiranos europeos, tenían su punto civilizado. Ponerlo bajo un tilo era todo un detalle de su parte. Y si era el de Altdorf, mejor. Los centinelas ponían nerviosos a los caminantes suizos con aquel grito de "Altdorf, ¿quién va?", así que con el tilo cerca, se sosegaban sin llegar al suicidio, que era una horrible muerte suiza, bailando en una cuerda.

El resto de la historia es harto conocida: Gessler que se agachara, y usted que no, que ñinga, que nananina. Y entonces, como tenía reputación de buen tirador, vino el castigo: niño manzanero, que no era mexicano ni cantaba. Y a cincuenta pasos, que yo confundí con pesos y perdí tiempo averiguando si eran convertibles. A esa distancia, usted miró, midió, apuntó, aguantó el aire y pum, casi descalabra la progenie. Acertó. Pero guardaba dardo en cintura, porque si fallaba se iba a llevar al gobernador en la golilla, que era un blanco —y hasta rosado— más visible. Lo dijo y jugó tanque. Canela para el Guille. Se salvó con historia de lago y bote, vivísimo. Entonces, boscoso, emboscó a Gessler. Cama alpina. Fundióselo de un flechazo. Gessler piso, pensar que es Cupido. Y usted decir, no, no es Cupido, yo no escupir, yo tirar, y tirar bien. Ser Tell, mi hijo un día cansar de la manzana en la cabeza porque yo no comprender.

Entonces se armó un salpafuera que se conoció como rebelión. Y hubo independencia hasta de criterios, y Schiller escribió la leyenda que todavía están leyendo los niños. Pero antes, había aparecido en unas crónicas de Aegiidius Tschudi, un escritor con nombre de mosquito. Así entró usted al salón de la fama, siendo un símbolo de Suiza, que es como ahora se llama a Helvetia. Es decir, se hizo usted Helvetia, un betia con la balletia. En su país es considerado el héroe nacional, pero en el mío no, porque no llegó a ser mambí, ni a asaltar cuarteles. ¿Quién ha visto a un mambí con cagua y ballesta?

Me perdonará los ardores de esta carta, mis desvaríos vegetales y mi inflexible defensa de la niñez. En unos muñequitos promocionales que acabo de ver en Cubavisión —canal fantástico de mi país— se defiende el respeto a los más bajitos de la casa con esta frase final: "Tenemos derecho a formarnos un juicio propio. A que se nos tenga en cuenta, y a que se respeten nuestras opiniones". Me conmovió. Sé que ahora el gobierno —dirigido por el Gesslerista mayor— permitirá que los niños se hagan su propio juicio, e incluso que se auto condenen, ahorrándole así fiscales al país.

Y claro que se les tendrá en cuenta, Tell. Si todo el pueblo, la masa compacta que impacta, seguimos siendo como tu hijo, pero con una guayaba en el coco. Creo que ni siquiera es manzana, sino una gran manaza en la cabeza.

Descantado en otro cantón,

Ramón

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