www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/2
 
Lisandro, el terror de las letras
por ENRISCO, Nueva Jersey
 

Ahora, cuando se ha cansado de intentar ser escritor, Lisandro quiere ser noticia. Ha publicado un artículo donde celebra sin ningún pudor los atentados terroristas que sacudieron a Londres hace dos semanas. Así ha ingresado en el estrecho pero notorio círculo de los escritores-terroristas. Unos ponen las bombas y ellos las aplauden. Ha dicho que "Gran Bretaña está cosechando los frutos del odio que sembró" y que el atentado "es tan sólo la respuesta de los sufrientes" en referencia a los iraquíes. Si no hizo una apología al terrorismo en general, es porque entonces ¿de qué acusaría a Posada Carriles? ÀDe mal gusto al escoger compañía de aviación?

Como a la mayoría de los humanistas de su especie, a Otero le duele más la muerte de gente que sólo ha visto en documentales de la BBC que la de los londinenses, con los que convivió unos años. Seguramente, ahora Lisandro ha visto la oportunidad de ajustar cuentas pendientes con la gastronomía inglesa y con los vecinos que tenía cuando vivía en Londres. A pesar de todo debo reconocer que la defensa que hace Otero de los atentados tiene alguna virtud. Después de leer el artículo, ya los terroristas no parecen tan repugnantes. Al menos no tanto como Lisandro. O como la cocina inglesa.

Los ingleses, ya sea por su conocida flema, ya sea que para satisfacer su sed de exotismo tropical prefieran leer a Cabrera Infante, no se han dado por enterados. O quizás sospechen que la celebración de Otero de los atentados no es lo peor que podría pasar. Peor sería que Lisandro fuera a Londres a dar lecturas públicas de sus novelas. Ahí mismo se les acabaría la flema.

A pesar de sus novelas no se puede acusar a Otero de ser escritor, aunque sí de intentarlo. Alguna vez, en un rapto de sinceridad confesó: "me sentía frustrado como escritor, no había escrito lo que debía". Y desde entonces no lo ha hecho mucho mejor. Eso sí, en su momento de mayor esplendor alcanzó el siempre difícil honor de hacer coincidir a la crítica y al público en algo: que era mejor no leerlo. Aun así lo intentó todo.

En los años sesenta y setenta trató de ser el mejor escritor de su país (tarea ardua para él, incluso nacionalizándose hondureño). Como no lo pudo conseguir escribiendo, lo intentó censurando a los demás. Casi lo logra. Buena parte de su bibliografía la conforman los intentos de demostrar que Cabrera Infante no sabía escribir, con lo que consiguió reconocimiento mundial en el competitivo género de la envidia literaria. Posiblemente su más cercano modelo literario sea Carpentier. Si bien ni siquiera se le ha acercado en estilo, al menos consiguió emularlo en la cantidad de horas de vuelo acumuladas.

Tipo experimental, ensayó todos los géneros, incluso el de la disidencia. En 1992, cuando habían caído todos los regímenes comunistas en Europa y ya no llegaban piezas para su Lada, escribió un artículo para Le Monde Diplomatique en el que pedía cambios en Cuba. No lo dijo, pero seguro pensó que debían comenzar por cambiarle su carro por uno mejor. Sus críticas provocaron un pánico total en el régimen. El Comandante estuvo a punto de entregar el poder. Se decía, no sin razón, "si Lisandro se atreve a criticarnos es que esto ya se cayó".

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