www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Moisés ben Maimón
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Miami
 

Medicinal, filosofista y algo hebraico Moisés ben Maimón, es decir, Maimonedes:

M. Maimón

No sabe que dolor me dio en la boca del estómago cuando me enteré de su muerte repentina. Yo, cuando me entero de una muerte repentina, me pongo en un estado de sitio tremendo, a pesar de que luego intento remediarlo escuchando a Pedro Luis Ferrer mientras ingiero, urgente y frío, un jugo de guayaba, a ver si el estado me cambia, como de estado de sitio a estado de derecho.

Esa es mi manera de enderezarme el estado aunque allá afuera todo siga en el mismo sitio. Estoy consciente de que el pez muere por la boca aunque sea la boca del estómago y no la Boca de Jaruco, y soy un hombre diez, que en la charada es pescao definitivamente. Al final me enteré de que usted no había muerto tras larga y penosa enfermedad, sino hace ochocientos años, y eso si es demorarse para decirle adiós al sabath, a la Torah y a las judías en general.

Con ocho siglos en las costillas, y sabiendo lo que representa en esta cultura universal en la que pretendo insertarme, todo se asienta, se hace suave y espumoso, y tengo oportunidad para insertarme otro delicioso jugo de guayaba, de esos que se fueron de mi país y ahora capturo yo en los demonizados pantanos miamenses. Ya ve como comenzamos a parecernos a partir de una fruta: somos hombres de mundo, hartos, aunque ya con usted, ocupando plaza por allá arriba, puedo napoleonarme —que no napoleonizarme— diciendo que, desde las harturas ocho siglos me contemplan. Ya verá cuántas coincidencias tenemos cuando le vaya levantando el currículo avejentado.

Comienzo por decirle que yo también soy un poco maimón, y bastante emigrante, que en realidad no se llama emigrar cuando tienes detrás a los almohades que tanto nos han judío sin dejarnos poner la cabeza en las almohadas. Claro que hay diferencias entre nosotros. Of course, para decirlo en perfecto hebreo de Collin's Avenue. Algunas de credo y muchas de cerdo, mas no serán motivo para distanciarnos.

¿Que nos separan ochocientos años porque usted nació en Córdoba, el 30 de marzo de 1135 —que es el 14 del mes de Nisan de su calendario—, y yo lo hice un poco más tarde, en Bayamo, cuando estaba a punto de juderme Candelario para que mordiera, no Córdoba, sino el cordobán? Pues no veo yo mucha diferencia, a menos que ahora me haga un número ocho un Nisan. Para un 14 sobran 7.

Tampoco nos diferencia mucho esto de pertenecer a nacionalidades distintas: usted hebreo, y yo muchísimo tiempo hebrio, hasta que se me habrió la luz y me lo fui quitando sin cirugía. Lo de las nacionalidades son obsesiones de los gobernantes para tener a la gente bien controlada. En el fondo, los mandamases son como niños, a quienes les gusta meter los juguetes en la cajita antes de irse a dormir.

De manera que uno va por la vida cargando pasaportes y carneses nacionales, más allá de cosas inevitables, como ser propietario de un rostro absolutamente nacional, que es un hecho biológico. O ciertos dejes y estructuras anatómicas de innegables contrastes. Si uno nace en los polos, resulta más bien achatado, mientras se abulta si lo ha hecho en Ecuador. Un chino puede cambiarse hasta de sexo, pero jamás pasará por sueco o por nigeriano. Ya lo de nigeriano es prácticamente imposible por la diferencia de tamaño, aunque he visto un par de chinos altos. Sobre todo de noche, se nota mucho la diferencia.

Lo de la nacionalidad es, al final del todo, un saco de plomo, porque la gente es muy bruta por mucho que la alfabeticen. El hombre tira siempre para la caverna y los indios de yeso en la pared. Ya se ha convertido en un cliché lo de que al ballet se va a dormir y que las telenovelas ejercitan la glándula del metimiento en las vidas ajenas, y los cuadros tienen que combinar con el sofá y la lámpara. Si uno pone una paloma de Picasso muy pegada al butacón, va y se lo caga el pajarito, aunque el ave cueste millones.

Pero a lo que iba. Una cosa es tener cara de haber nacido en Contramaestre o en Chivirico, que es una cara como de asombro, con un poco de satisfacción inexplicable, con unas pupilas poco religiosas y unas niñas que ya no se llaman Iris, sino Yurisleidis, y otra es que esa cara le obligue a usted a actuar como si el universo todo fueran Contramaestre o Chivirico. Le hablo de esto a pesar de los añitos que nos separan, porque filosofo mucho, y hasta aguanto a pie firme la invasión de los mahometanos o almohades a Córdoba cuando hicieron allí el Al-Andalus.

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