www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 1/2
 
Magnicidio en Belgrado
Dos proyectiles de alto calibre dan cuenta del carismático Primer Ministro serbio, Zoran Djindjic.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

"¡Esta sociedad tiene que cambiar! ¡Ahora o nunca! ¡Manténganse firmes!...". El hombre que inició con esta arenga la caída de Slobodan Milosevic ha dejado de existir. Dos proyectiles de alto calibre disparados desde el techo de un edificio situado frente a la sede gubernamental
Zoran Djindjic
Zoran Djindjic. Enero de 1997.
en Belgrado pusieron fin este miércoles por el mediodía a la vida de Zoran Djindjic (1952-2003), el carismático Primer Ministro que asumiera la doble responsabilidad de poner al otrora todopoderoso presidente yugoslavo Slobodan Milosevic a disposición del Tribunal Internacional de La Haya, y de encaminar a la federación por la senda reformista.

Político pragmático, tacticista, a ratos acusado de populismo y hasta de oportunismo (detestaba las ideologías establecidas), Djindjic no vaciló en romper la recién estrenada yunta gobernante con el moderado presidente Vojislav Kostunica. La ruptura entre los dos líderes de la Revolución de Belgrado vino, entre otras cosas, a propósito de la extradición de Milosevic y del ritmo y profundidad de las reformas, que Djindjic hacía todo lo posible por acelerar. Es el primer ex disidente que muere en el ejercicio de la primera magistratura en un país del extinto campo socialista. El mes pasado había escapado por un pelo a la muerte: una rastra se salió de la senda contraria y embistió la caravana del Primer Ministro en la autopista hacia el aeropuerto capitalino. No era la primera vez que intentaban asesinarlo. Años antes, cuando era un político disidente, habían intentado matarlo al menos una vez por un procedimiento similar.

El conato y el magnicidio consumado podrían guardar relación con el controvertido (por doloroso) proceso de reformas iniciado por el Primer Ministro y tal vez con la reciente fundación de la República de Serbia y Montenegro. Ambos hechos han sido atribuidos a la temible mafia serbia. De ser cierta esta presunción, exoneraría a las fuerzas políticas contrarias con interés y beneficio directo en el magnicidio. Sin embargo, es cosa sabida que la cosa nostra serbia nació al calor de la policía política yugoslava, que recurrió a sus servicios para burlar el embargo de Naciones Unidas. No en balde jueces del antiguo régimen pusieron enseguida en libertad por falta de pruebas a los autores del presunto atentado en febrero, delincuentes con probados vínculos mafiosos. El vínculo mafia-nacionalismo serbio es harto evidente. Para complicar las cosas, el propio Djindjic (y otros miembros de su Gobierno, entre ellos el ministro del Interior) había sido acusado de mantener vínculos con la mafia, a la que recientemente le había declarado la guerra.

Cierto que al extinto mandatario más bien le sobraban enemigos capaces de hacer apretar el gatillo para librarse de él. Pero no cabe duda de que, al interrumpir el proceso de democratización, los beneficiarios de su prematura muerte hay que ir a buscarlos entre los nacionalistas del Partido Socialista de Serbia (PSS) de Slobodan Milosevic, quien en su momento acusó a su joven rival de ser "espía alemán" y "partidario de Hitler". El insulto de Milosevic tenía su razón de ser en la circunstancia de que a fines de los años 70 Djindjic había estudiado filosofía en Koblenza y Francfort, donde fue discípulo de Habermas y Horkheimer. Dominaba a la perfección el idioma alemán y, al margen de todas las ideologías, había proclamado públicamente que por encima de todo su propósito era hacer de la antigua Yugoslavia una sociedad eficiente y funcional, como la República Federal de Alemania.

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