www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
   
 
Al campo lo que es del campo
La Venezuela de Hugo Chávez imita el 'ideario' agrícola que ha llevado a Cuba a la ruina alimentaria.
por MICHEL SUáREZ, Valencia
 

Caracas, la agraciada y moderna capital venezolana, exhibe en algunas de sus calles, plazas y edificios, remedos de parcelas agrícolas, supuestamente para "enfrentar" la escasez de alimentos: un experimento clonado a imagen y semejanza de Cuba. Aprobadas las asignaturas impuestas desde La Habana, a saber: nueva
Huertos en la ciudad
Cuba: Agricultura urbana.
Constitución, Círculos Bolivarianos, Parlamento unicameral, crisis alimentaria en ascenso y autoritarismo de Estado —en un programa curricular aún en marcha—, Hugo Chávez acaba de introducir en Venezuela la llamada "agricultura urbana".

De acuerdo con fuentes periodísticas de ese país, el Ejecutivo invertirá 3,2 millardos de bolívares en el "Programa de Agricultura Urbana y Periurbana" para crear un plan donde las cooperativas cultiven hortalizas y vegetales en solares, balcones y terrazas.

Un alto funcionario gubernamental ha afirmado que dicha modalidad "permite producir hasta ocho veces al año, cuando a través de los cultivos tradicionales se puede producir tres veces al año". ¿Acaso ese discurso no suena demasiado conocido a los cubanos? ¿No recuerda el famoso cinturón de La Habana, la rehabilitación de la Ciénaga de Zapata o las vaquerías más grandes de América Latina?.

Venezuela camina a ciegas por los mismos puentes caídos por los que ha transitado Cuba en los últimos 44 años. Una delegación de la Universidad Agraria de La Habana llegó a ese país para desarrollar proyectos de cultivos orgánicos, huertos e hidropónicos, dispuesta a extender la desastrosa experiencia criolla en lides de economía centralizada, planes y programas especiales. Por definición, la denominada agricultura ecológica o alternativa, que apela a fertilizantes no químicos y a otras técnicas intensivas, es una idea que no merece ser criticada superficialmente; pues no debe ni puede hacerse la misma evaluación en todos los casos. Sin embargo, algunos venezolanos —aun sin haber vivido bajo el influjo de caprichosos experimentos, como los cubanos, durante decenas de años-, comienzan a preguntarse por qué es necesario un plan como ése para su país, si éste cuenta con un amplio territorio agrícola explotable y una fertilidad prodigiosa.

Durante años, Fidel Castro se encargó de promover el éxodo masivo de campesinos a las ciudades. La imagen revolucionaria de un nuevo modo de vida para el guajiro cubano era directamente proporcional al abandono del campo. Despoblar las montañas fue concebido como logro de una naciente revolución que tendía la mano universitaria a todos, sin recordar que Cuba era un país eminentemente agrícola. La primera Ley de Reforma Agraria redistribuyó las tierras; la segunda las reconquistó, convirtiendo al Estado en el mayor propietario latifundista conocido. La irrupción de entidades burocráticas como la ANAP, Acopio, el MINAGRI..., no hicieron más que dejar el camino libre a los hierbazales, el marabú y el abandono.

Al campesino cubano —con tierras o sin ellas— no le ha interesado producir en tal escenario de ineficiencia suprema y control autoritario del mercado. Precios irrisorios, imposiciones referidas al destinatario de las ventas y todo tipo de prohibiciones, han menoscabado en la Isla la principal fuente de abastecimiento alimentario de cualquier nación: el campo. La falta de incentivos para aumentar la producción, la colectivización forzada y los trámites administrativos a los que se enfrenta el trabajador agrario corroen el eslabón fundamental de esa cadena.

Desde luego, ante el estrepitoso fracaso de todos los planes y programas para reactivar el sector, lo único que ha funcionado medianamente bien en Cuba ha sido el mercado libre campesino, y Castro se encargó de proscribirlo. La implementación de mecanismos de mercado como la figura del distribuidor —indispensable para que el campesino se concentre en la siembra y recolección—, terminaron enfureciendo a la camarilla del poder. Apodados peyorativamente como "intermediarios" (a propósito, el vocablo aparece ahora también en Caracas como el único culpable de los precios altos), recibieron en su momento toda la crítica del mundo. Para el régimen, el campesino que se levanta a las cinco de la madrugada para labrar la tierra debe ser el mismo que venda su producción.

Los resultados hablan por sí solos. El sucedáneo del mercado libre campesino —el denominado "agropecuario", aparecido nuevamente en 1993—, al menos ha resultado más eficiente y concreto que los programas de agricultura urbana desarrollados por el Gobierno, cuyos efectos sólo se perciben en el noticiero nacional de televisión. Sembrar en balcones, patios y terrazas de las ciudades tiene el atractivo de imagen pública y la apariencia de gestión... pero señores, ¡fuera la retórica: al campo lo que es del campo!. Una tercera Ley de Reforma Agraria que devolviera las tierras a los productores no le vendría mal a la zigzagueante política económica del régimen. En tanto, Venezuela debería preguntarse: ¿por qué con tantas tierras y riquezas su granero está vacío?.

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