www.cubaencuentro.com Lunes, 30 de junio de 2003

 
   
 
Acerca del lenguaje
Hubo una época en que la diplomacia de la revolución cubana prodigaba sus estocadas con propiedad y cierta elegancia.
por ALCIBíADES HIDALGO, Washington
 

Hubo una época en que la diplomacia de la revolución cubana prodigaba sus estocadas con propiedad y cierta elegancia. Sólo un ejemplo: en la inusual reunión que el Consejo de Seguridad de la ONU celebró en Panamá en 1973, ya en el rumbo de la entrega a ese país de la zona del canal, el canciller Raúl Roa dijo: "La Convención del Canal Ístmico representa el más expresivo paradigma de carencia de escrúpulos, de menosprecio a los principios, de rapacidad desmandada y de befa a la dignidad de un pueblo". Palabras duras, como de piedra, pero bien talladas en el lenguaje del discurso político.

Felipe Pérez Roque
Canciller Felipe Pérez Roque.

Después de Roa, profesor universitario de Derecho y verbo puntiagudo, la monotonía se instaló largos años en el podio de la cancillería de La Habana hasta la llegada a inicios de los 90 de uno de los delfines designados de Fidel Castro, Robertico Robaina, también profesor, pero de matemática elemental.

Robertico se había abierto camino con consignas de apariencia ingeniosa, destinadas a rescatar a los jóvenes cubanos de su letargo manifiesto después de cuarenta años de la misma revolución. "Somos felices aquí", "Súmate", "Los buenos con nosotros", anunciaban bajo su auspicio y a falta de comerciales, las grandes vallas de calles y carreteras de la Isla. Con agudeza semejante, sentenció ante la Asamblea General de la ONU en 1998: "Nunca ha sido menos seguro el Consejo de Seguridad". En el mismo discurso, halló lugar para una definición inolvidable del mundo contemporáneo: "El planeta que habitamos sufre del Síndrome de Inmuno Deficiencia de la razón humana".

El más joven canciller de la historia cubana se paseó en bicicleta por el Malecón habanero en compañía de Benetton (el de los United Colors), intercambió improperios con Madeleine Albright retransmitidos por la televisión nacional y repitió a mansalva una definición ambigua del gobierno que representaba: "No somos tan malos como dicen, ni tan buenos como quisiéramos" (sic). El estilo, al menos, es reconocible. Tres años después de su abrupta desaparición de la escena política, se confesó culpable ante las cámaras de la CNN con una frase de su indudable autoría: "Reconozco no haber sido lo suficientemente transparente con mis compañeros" (sic).

El próximo más joven canciller de la historia de Cuba, Felipe Pérez Roque, no quiso dudas sobre su rol en el timón del ministerio que Fidel Castro le confió súbitamente. "Todos ustedes saben quién es el verdadero ministro" dijo a los sorprendidos pero experimentados funcionarios de la cancillería en su primer encuentro el 29 de mayo de 1999. No vale la pena entonces reseñar los epítetos que habitualmente utiliza en un estilo más bien arisco y amenazador. Poco de habilidad, sagacidad o disimulo, como solía definirse a la diplomacia.

Las mejores (o peores) diatribas las distribuye ahora, sin intermediarios, el propio Jefe de Estado. La "mafia terrorista de Miami", o los gobiernos de América Latina "lacayos" o "títeres lamebotas", todos al servicio del "gobierno neofascista" de Washington, son lugares al uso. La declaración de la Unión Europea que criticó la semana última la represión en Cuba calificó sólo como un "mamotreto", o peor aún, un "papelucho" proveniente de una "pandillita". El jefe del Gobierno italiano será reconocido entre los cubanos en lo adelante como "Benito" Berlusconi.

España, desde una polémica televisada en los años 60 con el embajador Juan Pablo de Lojendio, marqués de Vellisca, ha sido blanco propicio de invectivas. Como quien se enorgullece de esta historia de amplia escala de injurias in crescendo, Fidel Castro se lo recordó ahora a José María Aznar : "A pesar de que le insultábamos todos los días, hasta Franco fue más inteligente que el führercito del bigotico y resistió las presiones de Estados Unidos". Mérito a la constancia. Lástima que falte el Nóbel del insulto.

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