www.cubaencuentro.com Lunes, 30 de junio de 2003

 
  Parte 1/2
 
El Comandante en su laberinto: El régimen cubano y la izquierda internacional
por JOSé ANíBAL CAMPOS, Madrid
 

Los recientes encarcelamientos de casi ochenta opositores pacíficos y las ejecuciones sumarias de tres jóvenes que intentaron secuestrar una embarcación para llegar a las costas de Florida, han sido llevados por el Gobierno cubano al terreno que siempre le ha resultado más conveniente: el de sus relaciones internacionales. De ese modo, un asunto de política doméstica ha sido ajustado, una vez más, al contexto del ya demasiado largo diferendo entre La Habana y Washington.

Fidel Castro

Se ha dicho que el marco internacional escogido para ello por el Gobierno de la Isla, el de la guerra de Irak y la ola de protestas que ésta desencadenó en todo el mundo, le serviría a Castro como cortina de humo capaz de distraer a la opinión pública mundial de lo que estaba sucediendo en Cuba. También se ha afirmado que esos cálculos fueron fallidos, y que la izquierda internacional ha reaccionado masivamente contra la represión castrista.

Sin embargo, viendo la manera en que han evolucionado los acontecimientos, no parece que el pasar inadvertido haya estado entre los propósitos de Castro al iniciar esta nueva ola represiva, ni que el hecho significativo de que varios prestigiosos intelectuales de izquierda se pronunciaran contra las condenas y las ejecuciones signifique un despertar definitivo de esta última respecto al tema cubano. Téngase en cuenta que otro sector no menos importante de esa misma izquierda ha guardado silencio sobre los sucesos o, en el peor de los casos, se ha sumado una vez más al juego de "buenos" y "malos" que prefiere Fidel Castro.

La ilegal guerra de Irak y las masivas protestas en favor de la paz propiciaron otra vez el contexto binario ideal que tanto ha servido a Fidel Castro y a los sectores ultraderechistas del exilio cubano y del Gobierno estadounidense para mantener viva la llama de un enfrentamiento que le ha permitido a los últimos convertir el tema de Cuba en única agenda electoral, y a Castro gobernar sin una oposición que pueda llegar a articularse del todo dentro de un país donde se le acusa constantemente de estar al servicio de planes imperiales de Estados Unidos, lo que, a su vez, implica el acoso incesante en nombre de la seguridad y la soberanía nacionales. Sólo que cuando Fidel Castro habla de soberanía se refiere a la suya propia, ésa que le concede plenos poderes para mal gobernar sin control alguno, y no ya del exterior, sino de las propias estructuras previstas en la Constitución cubana. El ensayista Rafael Rojas lo ha expresado de manera precisa, al decir que Fidel Castro es la única persona dentro de Cuba que goza de todas las libertades.

Con la última ola de arrestos y ejecuciones —capítulo más reciente de un proceso de desarticulación de los ínfimos espacios de libertad y las tímidas reformas económicas que el Gobierno cubano se vio obligado a crear en la primera mitad de la década de los noventa, los cuales, apenas alcanzada cierta estabilidad de la economía, comenzaron a ser revertidos desde finales de 1999—, Castro se ha propuesto una vez más colocar a la opinión pública internacional (y sobre todo a la izquierda) ante la disyuntiva moral de apoyar (o al menos consentir) su represiva política interna (lo que vendría siendo una especie de mal menor) o sentirse cómplice de ese "mal mayor" que amenaza al mundo desde Washington. El nuevo aislamiento de Cuba no parece ser, por tanto, un mal cálculo del Comandante, sino más bien un acto deliberado cuyo objetivo inmediato es neutralizar a una disidencia interna cada vez más orgánica, forzando la connivencia de una opinión pública internacional maniatada por la impopularidad creciente de Estados Unidos como consecuencia de la aventura bélica en Irak. Se trata, en definitiva, de una nueva prueba de fuerza del Comandante.

Ha habido, ciertamente, protestas de varios intelectuales de izquierda que no estaban previstas en el cálculo de La Habana. El caso tal vez más connotado es el del Premio Nobel de Literatura José Saramago. Pero, ¿cuál ha sido la reacción del régimen cubano ante tales protestas? Convocar media docena de cartas, manifiestos y llamados en los que, en un inicio, se adoptan poco creíbles poses de asombro para, de inmediato, en una de las cartas promovidas desde Cuba, tildar a Saramago y a otros de "desinformados". Amén de otros calificativos menos amables difundidos en la prensa de la Isla y en los que se llega incluso a afirmar que, con su declaración, el Nobel portugués "se ha bajado del carro" de "las causas nobles y justas". La Habana ha monopolizado de tal forma el discurso del "bien" que no concibe otras causas justas más allá de las que él mismo enuncia.

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