www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
   
 
Amistades peligrosas
Manuel Fraga, el político gallego más cercano a La Habana, aparca sus viejos vínculos con el castrismo.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Mucho le debe Fidel Castro a Manuel Fraga Iribarne. El presidente gallego es el responsable del lugar que ocupa hoy el turismo en la economía cubana. Sirvió de introductor, consejero, cicerone y cabeza visible del turismo isleño ante los inversionistas españoles, cuando ese sector todavía era un sueño mal hilvanado en el tumefacto cerebro económico de Castro. Fraga puso al servicio del gobernante caribeño no sólo su disposición, sino toda la experiencia, las relaciones y la habilidad de quien había sido ministro de Información y Turismo en el Gobierno del dictador Francisco Franco.

Manuel Fraga
Manuel Fraga Iribarne.

Represores en sus respectivos países, esta rara pareja de ex franquista y comunista había ido de la mano durante los últimos lustros, sin que incidente alguno rompiera el idilio. Se habían visitado en más de una ocasión, jugado dominó, comido langostas, tomado vino de las mejores cepas españolas y, por supuesto, se habían defendido el uno al otro ante la prensa y sus enemigos políticos. Para tener una idea de hasta dónde llegaron esos espaldarazos, Iribarne llegó a decir, a boca llena, que Fidel Castro era el símbolo de la independencia americana.

¿Y la dictadura que sobre su pueblo ejerce sin cansancio Fidel Castro desde hace casi medio siglo? Eso no entraba —ni entra todavía—  en las opiniones del político gallego, cuyos vínculos con el poder en La Habana parecen haberlo dejado ciego y sordo para escuchar y asimilar la situación en que vive el pueblo en el que transcurrieron sus primeros años. Castro, en pago, no inquietaba los fantasmas de la biografía franquista del coterráneo de su padre.

Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde que Fraga iniciara sus actividades a favor del turismo cubano, con lo cual ayudó a sacar a Castro a flote ante la implosión del campo socialista. Si no le interesó entonces que los ciudadanos cubanos no pudieran, por el simple hecho de ser cubanos, entrar en las instalaciones que con su sudor habían construido, estaba fuera de duda que le ardiera la conciencia frente a otros sufrimientos, y en especial la falta de democracia que le cerraba y le cierra al país los caminos del progreso.

Claro que como representante de un territorio que había hecho de la libertad su más querido estandarte luego de la larga noche del franquismo, no le resultó trabajoso abogar por la excarcelación de varios presos políticos, en lo cual tuvo éxito gracias a la magnanimidad muy bien promocionada del mandatario isleño (esto de sacar gente de las prisiones se ha convertido en un ejercicio coyuntural con mucho de deportivo). En primer lugar, Fidel Castro sabía cuánto le debía a Fraga, y un par de concesiones lejos de dañarlo lo favorecían, le limpiaban la costra. En segundo lugar, las cárceles se volverían a llenar, como ha sucedido siempre, y ahí reside, precisamente, lo deportivo del asunto.

Fraga, y García Márquez y Jesse Jackson y otros, no le exigen a Castro un compromiso, de cara al mundo, sobre el cese de los encarcelamientos políticos en Cuba. No le condicionan sus colaboraciones. En realidad están conscientes de que le regalan sus prestigios, sus favores, la posibilidad de que salga airoso en determinada coyuntura.

Fraga y Castro, sin embargo, tienen en común el ver cómo sus carreras van en rápido declive. La influencia del primero, aún con su longeva presidencia en Galicia, se descascara a ojos vista cuando se mira a España como conjunto político. A la norteña región donde nació tendrá que aferrarse el también escritor, pues su sombra ya no toca, como sucedía antes, los más importantes temas del presente ibérico. Su figura es perfectamente prescindible en el escenario nacional. Y más: para el Partido Popular que ayudó a refundar, es hasta incómodo.

Mucha agua sin duda ha corrido debajo de los puentes desde que Fraga comenzara su labor de salvamento bajo la tormenta de la economía cubana. En estos días ha tenido que enfrentar a la prensa, que lo pone en solfa al cuestionarle las montañosas violaciones de los derechos humanos de su caro amigo.

A Fraga le parecen desproporcionadas las reacciones del mandatario cubano frente a los hechos de abril pasado. Ello podría aceptarse si la disidencia hubiera sido un fenómeno nacido en abril, que sorprendiera a Castro. Pero no. Su régimen se había solazado maltratando y humillando a la oposición. Las penas de cárcel no fueron una desproporción, sino el objetivo que se mantuvo invariablemente sobre el tapete, como medida a adoptar en cualquier momento.

Quien no dudaría en jugar dominó con Castro ante la prensa —y entre partido y partido colgarle al cuello alguna condecoración—, se muestra hoy reacio, ante esa misma prensa, a hablar "en este caso de amistades". Quizá el de Fraga Iribarne sea el ejemplo más gráfico de que el mandatario isleño se está quedando solo. Sus otrora compañeros lo esquivan, y los ya escaldados hasta lo repelen.

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