www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/3
 
De la hoz al diamante
Tras una larga y estéril guerra, Angola deja atrás la ilusión del socialismo, las vidas entregadas de cubanos y nativos, y hasta su propio nombre, para sostener un triste panorama de corrupción entre sus políticos y militares.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Carlos Marx creó su célebre filosofía cuando el capitalismo arribó a determinado nivel de desarrollo, a mediados del siglo XIX. Antes, hubiera sido imposible, admiten estudiosos de las más diversas casas filosóficas y políticas. Desde que Fidel Castro indujo la solicitud oficial de fuerzas militares por parte de Agostinho Neto, le entusiasmó la idea de construir el socialismo en Angola. Pero a algunos isleños, que como civiles o militares vivieron en ese territorio, les parecía
Mujer
Angola: Petróleo, diamantes... ¿riquezas?
difícil que en un lugar con anchas franjas —no en el feudalismo como en Rusia, sino prácticamente en la comunidad primitiva—, el socialismo fuera no ya viable, sino lógico, al tener en cuenta que para la aparición teórica del marxismo el sistema capitalista tuvo que acceder a cierto avance.

Desde el comienzo de este amago —tal vez exista un vocablo más exacto— se hacía harto evidente el desfase, más que entre teoría y práctica, entre la intención y el escenario. En una de las carreteras del centro-sur de Angola, podía observarse a mediados de 1987 cómo algunos miembros de la etnia mumuila, vestidos exactamente como Colón encontró en Cuba a nuestros aborígenes, acarreaban su escaso ganado. Llevaban los arcos al hombro, las flechas en su carcaj y las manos libres para guiar, mediante una larga vara, a los animales.

Algunas mujeres de la etnia, desnudas cintura arriba, ofrecían a los pasajeros de autos último modelo que por allí también transitaban, sabrosas manzanas, presas en su cesta de mimbre. Aquel orbe que se metía en nuestra memoria como un cuadro de las postrimerías del siglo XV, lo atravesaban los adelantos de finales de la centuria pasada.

A uno de los ganaderos le titilaba en la muñeca, bajo el sol espléndido, un Seiko. El tiempo histórico aparecía allí como descuartizado. El socialismo, en la dura sobreposición de siglos, no podía más que extender las distancias y retrasar el acceso a los equilibrios imprescindibles. Era un fracaso por toda vía garantizado.

Y en medio, por si fuera poco, latía una guerra cuya dinámica, muy particularmente africana, se desconocía. De poco le sirvió a Castro la debacle previa del Che en el Congo. La Habana nunca entendió los sustratos económicos, sociales y culturales angoleños. Basta un dato sumario: en 16 años de presencia militar cubana (1975-1991) no se pacificó el país. Todavía hoy no se pacifica.

Es verdad que Jonas Savimbi, líder de la opositora UNITA, murió hace más de un año en combate y que pocas semanas después se firmaría la paz. El trueno de la guerra, sin embargo, volvería a resonar. Ahora se esconde en la selva de Mayombe, donde en octubre del año pasado el gobierno envió 10 mil efectivos, sin alcanzar sus propósitos.

En las últimas tres décadas, la guerra en Angola despachó medio millón de muertos, arrojó 4 millones de desplazados internos y 15.000 refugiados. Se calcula que el número de minas sembradas oscila entre 9 y 15 millones. Los crímenes, más allá de los enfrentamientos, pulularon, tanto a manos de la UNITA como, aún hoy, por el gobierno de José Eduardo Dos Santos. La cifra de cubanos que perdieron la vida en la aventura angoleña debe superar con creces los dos millares. El cálculo exacto resulta difícil, pues en este punto sólo se tiene a La Habana como fuente estadística.

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