www.cubaencuentro.com Lunes, 26 de enero de 2004

 
  Parte 1/3
 
Oro negro, oro nazi
El arte de negociar con el enemigo. La difusa relación entre política y dinero.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

"Irak no pondrá el petróleo en manos extranjeras". Lo dice Kamir M. al-Gailani, el ministro de Finanzas del gobierno provisional iraquí creado por Estados Unidos. La declaración parece destinada a silenciar las voces que afirman que los soldados norteamericanos fueron enviados a luchar y a morir por las reservas petroleras del país árabe, las mayores después de Arabia Saudí. "Nuestro objetivo es simple: promover el crecimiento de la economía y elevar el nivel de vida de todos los iraquíes a la mayor brevedad posible", agrega el flamante funcionario según un cable de la Associated Press.

Pozos de petróleo
Irak: Instalaciones petrolíferas.

No tan simple.

Los hechos y la historia hacen dudar de una visión tan esperanzadora. Hasta el momento, todo apunta hacia una realidad completamente opuesta. Las mayores ganancias de la guerra en Irak irán a manos de las grandes corporaciones. No resultarán en beneficio de los ciudadanos norteamericanos, las clases media baja y trabajadora, que continúan poniendo los muertos y tendrán que pagar por varias generaciones los gastos excesivos de la reconstrucción. Tampoco redundarán en un futuro promisorio para el pueblo iraquí, que si bien se ha librado de un tirano, enfrenta un futuro de caos e incertidumbre.

Basta con mirar los nombres de las principales compañías que han logrado acuerdos millonarios luego de la invasión. El historial de dos de ellas deja poco espacio a la esperanza. Mediante un procedimiento de licitación limitado a unas cuantas empresas, la corporación Bechtel recibió un contrato de $680 millones para reconstruir Irak. A otra firma, Halliburton, se le ha asignado un papel clave en la puesta en marcha de la deteriorada industria petrolera, además de concesiones a sus subsidiarias para brindar apoyo logístico a las tropas.

Ello permitirá que esta última compañía —de la que el vicepresidente Dick Cheney formó parte del consejo de dirección antes de trasladarse a la Casa Blanca— reciba siete mil millones en contratos petroleros y unos cuantos millones de dólares adicionales para el abastecimiento militar de unos fondos del gobierno —que cada vez dependen más de quienes trabajan por un salario y menos de los ingresos de la clase acomodada, la principal beneficiada de las reformas fiscales impuestas por la administración republicana durante los dos últimos años. La afirmación anterior puede parecer populista, pero no por ello deja de ser cierta: la guerra la han hecho y la van a pagar los asalariados a beneficio de los ricos.

Se ha hablado mucho de los vínculos de Halliburton con el gobierno actual. El historial de la Bechtel es menos conocido, aunque en determinados momentos el nombre de esta compañía ha aparecido en la prensa asociado a las altas esferas de Washington. Recordar ahora uno de los casos más notorios en que se vio envuelta esta corporación, sirve de ejemplo del afán de manipulación política que ha caracterizado al gobierno de George W. Bush desde su llegada al poder.

Al igual que el resto de las grandes corporaciones norteamericanas, la historia de la Bechtel ejemplifica el modo de vida norteamericano a la hora de hacer negocios. La firma que desempeñará un papel fundamental en la creación de un nuevo Irak tuvo un origen humilde. Fundada en 1898 por Warren A. Bechtel, un arriero contratado para brindar servicio al sistema ferroviario en el territorio de Oklahoma, la compañía ha crecido hasta convertirse en un consorcio multinacional con 900 proyectos en unas 60 naciones y 47.000 empleados.

La entrada de Bechtel en Irak se remonta a 1950, cuando sus servicios fueron requeridos por la Compañía Petrolera Iraquí para construir un oleoducto de 556 millas, que trasladara el crudo de los campos en Kirkuk hasta el puerto de Baniyas en Siria. Luego, en los años ochenta, fue el principal contratista para la edificación de PC1 y PC2, dos plantas petroquímicas con capacidad dual para fabricar armamentos.

En marzo de 1982, el gobierno sirio cerró el oleoducto como una muestra de solidaridad con Irán, cuyo gobierno fundamentalista islámico se encontraba enfrascado en una guerra sangrienta con Sadam Husein. A partir de agosto de 1981, la agencia de noticias iraní comenzó a informar de que Husein estaba empleando armas químicas en el conflicto. Los aviones iraquíes arrojaron al menos 13.000 bombas químicas desde 1983 a 1988.

Entre los meses de octubre y noviembre de 1983, el gobierno iraní denunció que Irak estaba realizando ataques aéreos y terrestres con bombas químicas. Nada de esto detuvo al Departamento de Estado norteamericano en la negociación de un acuerdo para construir otro oleoducto, desde Irak hasta Jordania. El presidente en aquel entonces era Ronald Reagan. La compañía encargada de realizar la obra era la Bechtel. El enviado norteamericano para negociar el acuerdo fue Donald Rumsfeld.

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