www.cubaencuentro.com Martes, 20 de abril de 2004

 
   
 
Fuegos fatuos
Sorderas y errores de la izquierda mexicana. ¿Logrará alguien coserla al cuerpo de la nación?
por ELISEO ALBERTO, México D.F.
 

Hace muchos años, en un pantano de Roma, un alquimista pescaba fuegos fatuos con un jamo de cazar mariposas. Ítalo Calvino relató esta metáfora del poder en su novela Las dos mitades del vizconde. La cuento al vuelo: de golpe y sablazo, un Cruzado quedó partido en dos durante una pelea contra un musulmán. Semanas después, regresó al castillo la mitad mala del vizconde (¿la Derecha?) y convirtió el condado en un infierno. Para él no existía la clemencia. Sin embargo, su debilidad era una gordita que siempre andaba en compañía de un cerdo y un ganso. Cuando los labriegos comenzaban a resignarse a su suerte, apareció la mitad buena (¿la Izquierda?) —que había quedado abandonada en el campo de batalla.

R. Robles
Ex líder izquierdista mexicana Rosario Robles, acusada de corrupción.

El feudo se dividió en territorios simétricos. Los vecinos confiaron en el cándido vizconde, sin saber que éste era tan incorruptible, tan justiciero, que haría de su parcela un infierno más cruel que el de su diestra contraparte. Por esas cosas de la vida, la gordita también flechó al zurdo. ¿Qué hacer? ¡Coserlos! Ambas mitades aceptaron la reparación por amor —¿o fue por impotencia? Una vez pespuntadas las virtudes y defectos del noble, la comarca volvió a ser un sitio rústico pero habitable. El hombre que consiguió el milagro de la unión fue aquel loco que pescaba fuegos fatuos en el pantano.

Moraleja: todo cuerpo social (político) necesita un equilibrio de miembros, a riesgo de quedar para siempre trunco, manco, cojo, tuerto y casi sordo. Yo viví muchos años en una islita izquierdista y soy testigo de cómo, por falta de contrapesos, el paraíso puede metamorfosearse en pesadilla, luego de transitar por los purgatorios de la intolerancia y el caudillismo.

Frankestein fue en su momento un proyecto de "hombre nuevo" y Drácula, un "soñador insomne". México se ha quedado sin su mitad izquierda. El tajo nos dejó turulatos a muchos de los que aún confiábamos en las reservas morales que custodiaba un puñado de hombres fanáticos pero honestos. En tiempos de corruptelas y deslealtades impúdicas, la simple honestidad era ganancia. La situación actual resulta en verdad desgarradora —en un descuido, casi escribo patética.

Los sobrevivientes de esa izquierda deberían sentarse a pensar en lo sucedido, sin devaneos estériles. Nada o poco ganarían si buscan culpables en el bando enemigo, en la derecha hostil, también dañada por la misma herida que a ambos desangra: la avaricia. La culpa se confunde con la responsabilidad. La izquierda no pudo resistir el rayo del escándalo porque desde hace muchos años se fue debilitando al asumir estrategias erráticas, basadas en el fervor de una ideología que ellos entendieron siempre como contestataria. Se equivocó, sin reconocerlo, cuando estimuló las protestas de los macheteros de San Salvador Atenco (una falsa epopeya con métodos del siglo XIX), o cuando apoyó por debajo de la mesa a los liderzuelos del Consejo General de Huelgas (CGH) durante la ocupación de la UNAM, dos movimientos que no representaban ni al campesinado ni al movimiento estudiantil, sino a fuerzas en extremo histéricas.

Y pecó de soberbia al bloquear en las Cámaras cada iniciativa del poder ejecutivo (¿acaso eficaces?) y erró de ingenuidad al preferir alianzas electoreras con rivales "arrepentidos", ansiosa por ganar "gobernabilidad", sin darse cuenta que así contaminaba su médula con el virus de la inconsecuencia.

Entre desatinos y logros (reconozco la tenacidad de sus líderes históricos), prefirió ser una fuerza a la defensiva. ¡Tras barricadas no se puede administrar a plenitud el poder que el pueblo puso un día en sus manos! Ejemplos sobran. En nombre de "principios irrenunciables", la izquierda tragó en seco las humillaciones de un gobierno (el de mi isla) que, para sorpresa unánime, bendijo el fraude electoral de 1988 al descalificar el posible triunfo del ingeniero Cárdenas.

Hoy por hoy, esa porfiada izquierda finge sordera ante el hecho de que adalides del socialismo den protección a personalidades que representan lo más nefasto de la política mexicana, y los hospeden en playas de "ahumadas salinas". Incluso, tal izquierda sin memoria exige al presidente un voto de abstención en Ginebra, en vez de apoyar la visita de un relator de los Derechos Humanos, postura en verdad moderada si pensamos que un poeta cubano acaba de cumplir el primero de los 20 años que pasará en la cárcel por el delito de escribir lo que piensa —por sólo mencionar a uno de los 75 disidentes pacíficos que se pudren en prisión.

Ojalá resurja en México una izquierda sin complejos de culpa ni falsas humildades, una izquierda moderna, transparente, propositiva, próspera, y ojalá algún cazador de fuegos fatuos logre coserla al cuerpo de la nación, para bien de todos —incluida en ese todo la derecha, que tanto necesita de alguien que la enjuicie para pronto salir del oscuro pantano en que también se hunde.

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