www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
El toro por los cuernos
¿Puede Castro ofender y humillar gobiernos, entrometerse en asuntos políticos internos e incluso invadir naciones, teniendo la callada por respuesta?
por ANTONIO SáNCHEZ GARCíA, Caracas
 

El presidente Vicente Fox ha decidido coger el toro por los cuernos y en una decisión sin precedentes, retiró a su embajadora en La Habana, Roberta Lajous, le ordenó a Fidel Castro que retirara el suyo de México y ha rebajado el rango de las relaciones diplomáticas entre ambos países a nivel de encargados de negocios. Fue la culminación de un disgusto grave que pone en entredicho las mejores relaciones sostenidas por Cuba, desde el inicio del régimen castrista en 1959, con país latinoamericano alguno.

Vicente Fox
Presidente mexicano Fox: ¿Un nuevo 'Hasta aquí he llegado'?

Las motivaciones son variadas, desde las declaraciones del canciller cubano respecto a la extradición de Carlos Ahumada Kurtz, hasta encuentros entre la nomenclatura cubana y políticos mexicanos de oposición —sin previa comunicación— con la Secretaría de Gobernación, el Ministerio del Interior del gobierno mexicano. Atropellos a la sana convivencia diplomática entre naciones, que vinieron a entorpecer unas relaciones espléndidas y extremadamente provechosas para La Habana —no así para México, que de tal política no recupera más que los principios de buena vecindad.

El hecho es definitorio de un nuevo rumbo en la percepción que algunos países latinoamericanos tienen del modo y la manera como la cancillería cubana suele entender el intercambio igualitario que debiera imperar en las relaciones entre naciones de una misma región. Pues, para el gobierno de la Isla, en todos sus órdenes —desde el artístico al comercial, desde el cultural al político— vale un extrañísimo principio de autoprivilegio: por el simple y mero hecho de haber nacido de un proceso revolucionario que en sus inicios contó con las simpatías de una buena parte del mundo democrático, los funcionarios cubanos se creen con plenos derechos a la intromisión en los asuntos internos de otros países y a un trato de privilegio que suele traspasar los límites del abuso y la desconsideración.

Dicha política marca una asimetría insólita: puede Castro ofender y humillar gobiernos, entrometerse en asuntos políticos internos e incluso invadir naciones, y se siente en el derecho a ser recompensado por los gobiernos así atropellados, con el silencio y la anuencia.

La sola idea de que un futuro gobierno democrático de Venezuela, por ejemplo —el país que sufre la mayor injerencia de altos oficiales del Estado Mayor cubano y oficiales y combatientes de su ejército, en toda América Latina y puede que en el mundo entero—, decidiera la sana medida de cortar relaciones de inmediato con el régimen de La Habana, en respuesta a sus esfuerzos por contribuir a aniquilar el sistema democrático local, despertaría las más airadas y desconsideradas protestas por parte del gobierno de Castro. Y puede que incluso ante la "comprensión respetuosa" de los demócratas del mundo. Y el escándalo de los sectores procastristas venezolanos.

Pues, desde hace 45 años, no existe país en el mundo que no cuente con una buena avanzada de procastrismo militante. El intercambio de artistas y trovadores entre la Isla y los restantes países es una de las más escandalosas muestras de intercambio desigual: mientras los artistas cubanos —bailarines, orquestas y trovadores— cobran salarios a veces verdaderamente descomunales, a cambio de sus presentaciones en "países capitalistas", ningún artista que visite Cuba recibe un solo centavo en retribución al mismo desempeño. El gobierno cubano se siente con el derecho natural a la complacencia y el beneplácito del mundo democrático, mientras no siente, por su parte, otra obligación que retribuir con el respaldo a sus sectores más contestatarios y extremistas.

La decisión de Vicente Fox se inserta en una política global de intercambio político entre iguales. Se corresponde con los aires que soplan desde el gobierno de Ricardo Lagos en Chile. Ambas naciones fueron decisivas en la votación en Ginebra de condena a la violación de los derechos humanos por el régimen castrista. Dicha política debe mostrar cambios definitorios hacia una satrapía que se aproxima al medio siglo. Y ojalá a su desaparición.

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