www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 1/2
 
¿Todo o nada?
Haití: Un país atrapado en su propia historia.
por MARIFELI PéREZ-STABLE, Miami
 

Retrocedamos un poco para poder mirar hacia delante. La actual crisis haitiana, si bien es importante, no constituye el centro del problema. Haití es una nación devastada. La historia ha ocasionado pérdidas muchísimo más altas en el pueblo haitiano que en cualquier otra nación del hemisferio occidental —razón de más para conjurar esta memoria y asumir lo que hay que hacer—. Sólo la construcción de la nación ofrecería alguna esperanza de librar a los haitianos de las adversidades de su historia.

Soldados
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Todo sobre Haití parece estar en cero. Tras la independencia, los nuevos gobernantes buscaron preservar la economía de plantación que habría obligado a implantar el trabajo asalariado entre los antiguos esclavos. La exportación de bienes agrícolas era, pues, lo más racional. Sin embargo, no satisfacía las necesidades de tierras que tenían los ciudadanos de Haití para el cultivo de sus alimentos.

La subsistencia se impuso sobre una agricultura para la exportación. Resulta conmovedora la ironía de que una afirmación de libertad condujera a Haití por el camino de la indigencia. ¿De qué otra manera, si no con las exportaciones, podría haberse acumulado capital? En cambio, la agricultura para el autoconsumo se convirtió en la principal actividad productiva que, a su vez, nunca llegó a modernizarse. Hacia la década del treinta, el suelo estaba irreversiblemente agotado, y la producción de alimentos iba en picada.

La economía haitiana, por lo tanto, nunca integró un mercado interno abastecido por la producción nacional. Muchos de los productos alimentarios son importados, mientras el valor de las exportaciones no supera el 25% de las importaciones. La industria se encuentra extremadamente limitada, mientras los servicios no productivos suponen más del 50% del Producto Interno Bruto.

La antigua lógica de la política haitiana surge, pues, de esta contraída economía. El control del gobierno ha representado el único camino seguro de movilidad y enriquecimiento. El acceso a las arcas del Estado ha supuesto para las élites políticas un vínculo hacia ciertas comodidades en un océano de miserias. La política es depredadora: una politique de ventre (de estómago) practicada por los grands mangeurs (grandes comilones). El resultado ha sido una ilimitada represión, la pobreza desesperada y una nación canibalizada.

En su momento, Jean-Bertrand Aristide encarnó las esperanzas de su pueblo. Nunca sabremos lo que pudo haber conseguido si se hubiera apartado de esta lógica perversa y mortal. Que, en su lugar, optara por gobernar en un estilo similar al de sus predecesores, constituye su error más imperdonable.

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