www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Atenuar diferencias
América Latina y Estados Unidos: Hacia la promoción de un buen gobierno y una economía eficiente.
por MARIFELI PéREZ-STABLE, Miami
 

Es una apuesta segura: los resultados de las elecciones de noviembre no convertirán a América Latina en una prioridad de la política exterior de Estados Unidos. Tanto un George W. Bush reelegido como un John F. Kerry recién llegado a la presidencia, continuarán, con toda probabilidad, la estrategia de reaccionar ante las crisis. Venezuela, la región andina, Haití y Cuba son candidatos de primera línea.

R. Lagos
Chile: El mejor ejemplo.

Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina tienen como centro una colosal asimetría de poder. Más de dos mil años atrás, el  historiador griego Thucydides expuso una máxima todavía insuperable: "Las grandes naciones hacen lo que desean, mientras las naciones pequeñas aceptan lo que deben".

Aunque las independencias de Estados Unidos y América Latina tuvieron lugar con una diferencia de menos de cincuenta años, hoy parecen haber ocurrido en galaxias diferentes. Los Padres Fundadores tenían la certeza de que un gran destino aguardaba a su recién instaurada república. En el siglo XIX, Estados Unidos consolidó, expandió y aceleró el motor de crecimiento mundial más poderoso; mientras tanto América Latina, admirándose de las antiguas colonias británicas, intentó imitarlas. Simón Bolívar soñaba con unos Estados Unidos de Sudamérica que se malograron a medida que la fragmentación, el hambre y la inestabilidad se asentaron tras la independencia.

Así, Estados Unidos nunca percibió a sus vecinos del sur como veía a Europa: iguales que merecían su respeto. Latinoamérica era sólo su traspatio, y no entraba en la ecuación con intereses propios que valieran la pena.

A principios del siglo XX, las inversiones norteamericanas crecieron vertiginosamente y los marines se apresuraron a intervenir en Cuba, República Dominicana, Haití, Nicaragua y Panamá. Ya hacia los años treinta, Washington se constituiría en rey soberano. Con la elección de Franklyn Delano Roosevelt, Estados Unidos se embarcó en el primero de los tres momentos en que se abordó a América Latina de manera diferente.

Tres momentos diferentes

-La Política del Buen Vecino anunció una era de no intervención —vecindario, a diferencia de traspatio, sugería un terreno en común—. Sin embargo, la nueva política rindió pruebas negativas: no produjo acción militar alguna en Cuba cuando la revolución del 33 sacudió la Isla, ni en México cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó Standard Oil en 1938.

-El segundo momento sobrevino en 1961, con la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy. La iniciativa, una respuesta a la revolución cubana, anunciaba una "revolución en la libertad" y comprometía 20 mil millones de dólares para promover la justicia social. Pero la alianza se vio destruida por Vietnam y la oposición de muchos gobiernos a acometer las reformas necesarias.

A medida que menguaban la Guerra Fría, las revoluciones y las dictaduras, se forjaba un consenso sobre democracia y libre comercio que, si bien era exigido por Washington, reflejaba también el sentimiento de las élites latinoamericanas. La Organización de Estados Americanos demandaba un frente unido contra la usurpación de las democracias. La Cumbre de las Américas avisaba un gran sueño: la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas para 2005. El primer presidente Bush y Bill Clinton avanzaron en la nueva agenda.

Hoy, el optimismo de principios de los noventa parece excesivo. Los niveles de vida se han reducido y las privatizaciones generan más corrupción que eficiencia. No puede sorprendernos, pues, que la democracia haya perdido su brillo inicial y la demagogia populista haya ganado terreno. Y si alguna vez sucediera, el tratado sobre el Área de Libre Comercio de las Américas no sería tan abarcador como fue concebido.

El antiamericanismo, que se redujera una década atrás, vuelve a tomar auge, alimentado por un neoliberalismo que empobrece y, en general, una política exterior norteamericana que fastidia-repugna-angustia.

–El tercer momento se encuentra en una pausa, pero no ha llegado a su fin. La democracia y el libre comercio son todavía causa común del Hemisferio Occidental. En realidad, el hecho de que los gobiernos electos constituyan actualmente la norma, mientras el capitalismo se ve ampliamente aceptado, pudiera fortalecer la suerte de Latinoamérica, pues por primera vez el Norte y el Sur se encuentran básicamente en la misma ruta.

Un buen gobierno y una economía eficiente representan el medio más eficaz para atenuar, en alguna medida, las diferencias con Washington. Chile es el mejor ejemplo, mientras que en Brasil, el éxito del presidente Luiz Inácio Lula da Silva sólo puede tener un efecto positivo para el resto del continente. Una Argentina estable y una democracia mexicana cada vez más sólida pudieran también tener un efecto saludable.

Las pequeñas naciones deben aprender a convivir con las grandes. Lo primero sería comprender que pequeñez no tiene porqué venir aparejada con impotencia, y que el poder conseguir algo comienza por hacer lo correcto en casa. Que Estados Unidos nunca se vea a sí mismo como "uno más", no significa que América Latina deba sufrir pasivamente los antojos de este país.

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