www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
La diplomacia cubana se va a bolina
Excepto Chávez, ¿quién puede respetar a La Habana?
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana
 

No se puede exagerar. La gravedad política de Cuba se acrecienta. Su estatus como nación en el concierto diplomático se desvanece. Su disposición a convivir civilizadamente se reduce. Nadie está seguro de qué criterios fundamentan el marco de relaciones internacionales por los que pretende actuar el gobierno cubano. Si el orden que defendía Napoleón frente al canciller austriaco Metternich, en el siglo XIX, o el orden que defendía Metternich frente a Napoleón.

Caso Ahumada
Diplomacia cubana: ¿Típica de una república bananera?

Recordemos en una versión breve que Napoleón afirmaba que la legitimidad de las revoluciones no conocía fronteras, de modo que las revoluciones nacían para ser exportadas. Metternich defendía lo contrario: la legitimidad la otorga el statu quo. En ese sentido, el valor a defender es la existencia de los Estados y de las relaciones internacionales tal como son y como están. Si estos sufren quebranto, hay que restituir todo a su antiguo orden.

La coherencia de ambos es cristalina. Y con las diferencias lógicas, respetable y asumida. Los seguidores de una y otra concepción tenían y tienen sus respectivas escuelas por las que guiar y tras las cuales seguir un curso de acción determinado. Frente a ellos, se sabe bien a qué atenerse.

Eso no sucede con el gobierno cubano. Nadie sabe qué hacer ni qué decir cuando las autoridades de la Isla deciden salir a la palestra internacional.

"Los pueblos tienen derecho a rebelarse, las injusticias del mundo globalizado llevan a las rebeliones, las oligarquías locales vendidas al imperialismo sufrirán derrota tras derrota a manos de sus pueblos", etc., después de etc.

Estos y otros constructos verbales pertenecen al lenguaje de la revolución, sobre todo de la llamada revolución cubana. Y fundan, por ejemplo, el derecho a que el gobierno de la Isla trabaje codo con codo al lado de la llamada "revolución bolivariana" para transformar aquel país.

¿De qué se trata todo esto? De la herencia napoleónica: destruir el orden interior de los Estados en nombre de ideales abstractos y "positivos". En el momento que la otra parte de Venezuela protesta por una alianza que no les favorece, las revoluciones y los revolucionarios develan otra de sus características intrínsecas: la arrogancia de todo abstraccionismo.

Por eso, la seguridad y extrañeza con que responden todos los revolucionarios cuando defienden sus intereses apelando a la soberanía. La pregunta que aquellos se hacen frente a la Venezuela antichavista, por ejemplo, es: ¿Cuál es el derecho de las burguesías para oponerse a las revoluciones? Chávez, un joven revolucionario, tiene derecho a hacer una revolución y, Castro, un viejo revolucionario, está en el deber de apoyarlo. Porque una tercera característica de las revoluciones es el deber de apoyarse las unas a las otras.

Las consecuencias de esta visión del mundo —que sigue más bien las ideas de Metternich— son nefastas para la diplomacia. Si el gobierno cubano ha malvivido con el resto de la comunidad internacional en estos 45 años, es resultado de esta manera de ver las relaciones entre los Estados. "Si no son revolucionarios o no están en el camino de las revoluciones, pues allí estaremos para empujar en la dirección de la historia. Si lo son o lo están, allí también estaremos; está vez para ayudar y verificar que la historia siga su curso".

Soberanía recurrente

Pero las revoluciones no son tontas y tratan de protegerse. Lo hacen pro activamente, haciendo o estimulando revoluciones en su derredor. Cuando esto no puede ser, se apoyan en Metternich, se acuerdan del statu quo, de sus intereses y de la soberanía.

Entonces se producen dos cosas casi a un mismo tiempo.

"Ginebra y los Estados que allí se reúnen para analizar la situación de derechos humanos en Cuba, no tienen derecho ni legitimidad —en nombre de la soberanía del Estado cubano— para criticar, analizar y juzgar la conducta del gobierno hacia sus ciudadanos en dicha materia". Esta es una "intromisión inaceptable" que genera un torrente soez de palabras contra los que se atreven a practicar la diplomacia en términos reconocidos.

Casi a la misma hora histórica, el gobierno cubano se hace parte de un conflicto mexicano, adelanta algunas "sabias ideas" acerca de las razones, consecuencias e implicaciones de dicho conflicto para los mexicanos y protesta cuando aquel Estado responde a Napoleón con Metternich.

Así, el gobierno cubano pierde el norte de las relaciones internacionales, destruye las bases de cómo se tratan los Estados, se olvida del lenguaje apropiado para conflictos diplomáticos, se faja con casi todo el mundo y pretende defender a Napoleón con Metternich, pero sin la finura de los gestos y las palabras.

Excepto Chávez, casi nadie puede respetar a Cuba, a no ser diplomáticamente.

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