Los pronósticos de Carlos Marx se cumplieron al revés. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) concluyó con la destrucción de los imperios Otomano y Habsburgos. El imperio alemán resurgió posteriormente con Adolf Hitler, para desplomarse en la Segunda Guerra Mundial. Pero el ruso, un verdadero régimen imperial multinacional arcaico, sobrevivió al caos bélico, y si bien su monarquía zarista fue derrocada, la metrópoli rusa y sus colonias y protectorados recibieron un nuevo influjo. Manteniendo lo esencial, menos Finlandia y parte de Polonia, se reestructuró en un Estado supuestamente federativo regido por los implacables bolcheviques.

Escritor checo Kundera: 'Reinsertar al Este en la noción de Europa'.

Así nació la Unión Soviética, como un compromiso para consolidar la dirección comunista en la mayor cantidad de territorio posible. Stalin procedió a forjar este nuevo conglomerado, mediante el monopartidismo, burlando cualquier legalismo federal. Si bien la revolución rusa de 1917 sacudió en sus cimientos la organización del Estado central, no trajo cambio alguno para la periferia colonial no eslava, especialmente las islamizadas comarcas del Asia Central.

El mecanismo de organización del imperio descansaba en una ideología atea, utilizada como instrumento legitimador del poder, que chocaría contra los embrollos étnicos y culturales, y con los credos básicos de las nacionalidades que englobaría. Es decir, el cristianismo ortodoxo, en su parte occidental, y el islamismo de sus comarcas asiáticas.

En las partes centro y oriental se congregaron poblaciones de raíz turca, persa, china, mongola, tártara, nómada siberiana, etcétera, en las que predominaba la cultura islámica. La historia de estas comarcas ha girado en torno al enfrentamiento con los rusos, a quienes han dominado o se han visto dominados por ellos.

En la Rusia de los zares, el ejército incorporaba, ya desde 1874, a reclutas de todos los grupos étnicos, mientras la oficialidad era siempre ruso-eslava. Fueron los pueblos islámicos colonizados los proveedores de soldados para las centurias del zar Nicolás II que intervinieron en la Primera Guerra Mundial. Una de las paradojas del dominio ruso sería el veloz crecimiento de la tasa demográfica de sus pueblos no-eslavos, a un ritmo mucho mayor que la de los eslavos, hecho que conspiró definitivamente contra la unidad soviética.

El método de Stalin

Para los rusos, forjados en siglos de guerras contra invasores extranjeros, la seguridad nacional se definía en términos de un control territorial fronterizo y la subyugación de sus vecinos organizados en una franja defensiva. Este diseño, combinado con un milenio de legados expansionistas, un siglo XX lleno de marxismo misionero y pesadilla bolchevique, llevó a que tras la Segunda Guerra Mundial, Stalin ordenara a su ejército —estacionado en Europa del Este— la imposición en el poder de los clanes totalmente incondicionales a Moscú.

Así se estableció un "cordón sanitario" basado en el terror y la fuerza bruta. Para el observador superficial parecía que el Ejército Rojo y los partidos comunistas habían logrado ahogar el nacionalismo de la historia europea.

Los esfuerzos del Kremlin para aplacar la efervescencia de las nacionalidades no daban resultados; la glasnost no legitimó el comunismo en un imperio que ni el mismo Rasputín o los bolcheviques lograron entender. Tras un intento inicial de crear un Estado unitario absorbiendo las áreas no rusas del imperio, dentro de una federación de repúblicas soviéticas, los "gran rusos" bolcheviques tuvieron que dar marcha atrás ante las violentas objeciones de los líderes comunistas no rusos. Stalin impuso el orden en estas minorías sobre la base del terror y la fuerza bruta.