www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/4
 
Los derechos humanos son propiedad privada
De cómo los regímenes marxistas desoyeron a Locke para abolir la supuesta 'causa fundamental' de nuestros males.
por JORGE SALCEDO, Cambridge
 

Puestos a resumir su doctrina en una sola frase, Marx y Engels sentenciaron: la abolición de la propiedad privada. Puestos a desmontar los regímenes de inspiración marxista, los disidentes replicaron: la defensa de los derechos humanos. Este artículo se propone explorar la relación entre propiedad privada y derechos humanos.

K. Marx
Marx: ¿Fue su 'no' a la propiedad privada también un 'no' a los derechos humanos?

Lo primero es apuntar la evidencia: la abolición de la propiedad privada y la violación sistemática de los derechos humanos son hechos concomitantes. Conviene averiguar si hay también entre ellos una relación necesaria, si de la abolición de la propiedad privada se sigue, necesariamente, la violación de los derechos humanos.

Los derechos humanos comienzan a jugar un papel protagónico en el mundo con dos textos fundacionales: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789). Al declarar su independencia y al fundar la República, americanos y franceses no pusieron como base primera de sus respectivos Estados los derechos de sus ciudadanos en cuanto miembros de una sociedad históricamente diferenciada, sino unos derechos que americanos y franceses, como individuos, nos dicen compartir con el resto de los seres humanos.

Conviene recordar algo del contenido de estos textos. Los americanos nos dicen: "Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados…".

Los franceses nos hablan de "principios sencillos e incontrastables": "Los hombres han nacido, y continúan siendo libres e iguales en cuanto a sus derechos…", y agregan que "la finalidad de todas las asociaciones políticas es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre; y esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión".

Pocas respuestas

Pero ninguno de estos documentos nos explican por qué los seres humanos tenemos, como tales, derechos. Tampoco encontraremos una explicación en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, o en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos del mismo año.

Los documentos de la ONU afirman que los derechos "se desprenden de la dignidad inherente a la persona humana", pero nadie nos explica qué es esa dignidad, de dónde nos viene y mucho menos por qué la dignidad de la persona humana da derechos. Todo ello se supone evidente, pero si lo fuera, sería difícil explicar por qué nos hemos tardado siglos en ver tales evidencias y adoptar estos principios "sencillos e incontrastables".

Los derechos humanos sólo son evidentes a partir de una instalación vital determinada, precisamente aquella en la que el individuo ha llegado a considerarse como el centro del sistema social, atendiendo a su carácter racional y, por ello, autónomo, algo que no alcanza a ser vigencia social hasta las postrimerías del siglo XVIII.

En su clásico estudio La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, Jeorg Jellinek ha mostrado la influencia decisiva que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y las constituciones de las ex colonias inglesas de Norteamérica tuvieron en la gestación de la declaración francesa.

Once de las trece ex colonias estrenan constituciones entre 1776 y 1784, encabezadas por sus respectivas Declaraciones de Derechos (Bill of Rights). Su estudio comparativo no deja dudas sobre la procedencia de la declaración francesa. Fue a petición de Laffayette, veterano de la guerra de independencia norteamericana y vicepresidente de la Asamblea de los Estados Generales, que se introdujo la declaración francesa, cuyo borrador él mismo redactó.

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