Antes del derrumbe del Muro de Berlín, con excepción de Polonia, la política en los Estados de Europa del Este se encontraba en un marasmo. Incluso en Yugoslavia, tras la muerte de Tito en la primavera de 1980, la transición parecía que se realizaba de manera suave.

Imperio de la antigua URSS.

Cuando Leonid Brezhnev murió en 1982 no fue reemplazado por jóvenes reformadores, sino por un par de semi-inválidos que murieron casi un año después de asumir el poder. Bajo tales circunstancias estáticas, en que la "normalización" era lo cotidiano, comenzó a manifestarse la nostalgia por los días de la dinastía austrohúngara en aquellos lugares que formaron parte de este imperio.

Los teóricos de las revoluciones siempre han apuntado al hecho de que cuando el grupo rector comienza a perder confianza en el derecho a su posición dominante, entonces tienen lugar los cambios dramáticos. Todo indica que algo parecido sucedió en la Unión Soviética y en Europa del Este.

Ninguna privación económica o desviación ideológica hizo temblar la mano de Stalin, ni causó que Nicolae Ceausescu cambiase su curso. La crisis económica y social inherente al régimen comunista no podía solucionarse dentro del marco del sistema creado por la nomenklatura. Para eliminar este obstáculo al desarrollo era necesario abolir la clase burocrática, y para ello se imponía suprimir el mecanismo que la reproducía y sostenía: la propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción.

En su consideración para la nueva política en Europa del Este, Gorbachev enfatizaba que estos países habían imitado la experiencia soviética sin considerar debidamente sus circunstancias específicas. Y, lo que todavía era peor, los teóricos soviéticos que dirigían las relaciones con esos países y los dirigentes prácticos en cada uno de ellos, dieron un matiz ideológico a los enfoques estereotipados, actuando como si fueran los únicos custodios de la verdad.

Pero Gorbachev se percató de que el poderío militar de la Unión Soviética impedía proveer a sus ciudadanos de lo que el resto de los europeos consideraban necesidades básicas de la vida moderna. La solución que adoptó, de enormes riesgos a corto plazo pero de gran potencial a largo plazo, era reestructurar la economía soviética, lo que en otros términos equivalía a decir que él y sus seguidores habían perdido la fe en la eficacia de la estrategia leninista.

Giro hacia una política pluralista

Acostumbrados a conocer sólo a medias la verdad de los Estados comunistas y tras haber sido víctimas de su desinformación, fue difícil admitir que los cambios iniciados por Gorbachev no iban más allá de una jugada táctica del sueño imperial eslavo. Para concentrarse en sus objetivos, el entonces presidente aflojó las riendas sobre los países de Europa del Este, para que asumiesen un rumbo propio, en la medida que no se transformasen en amenaza para la Unión Soviética. El efecto fue una multiplicidad de modelos de transiciones y un giro hacia las políticas pluralistas.

Así la Unión Soviética dejó de ser el sostén de los gobernantes de Europa del Este, al punto de que las fuerzas autónomas de la política y la religión, arraigadas en Polonia, Alemania Oriental y Hungría, fueron lo suficientemente fuertes como para que los gobiernos las tolerasen.