www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
Brasil: el carnaval de la crisis política
Escándalo de corrupción en la cúpula del PT. Lula se apresta a estirar los tentáculos para 'limpiar' su gobierno.
por RONALDO MENéNDEZ, Madrid
 

Aunque al presidente Luiz Inácio Lula da Silva no le queda más remedio que tomar muy en serio las denuncias e incluso se enfrenta a la necesidad de reemplazar a su jefe de gabinete y brazo derecho, José Dirceu, así como a otros ministros, la forma como se han dado las cosas se inscribe en la célebre tradición carnavalesca del Estado carioca.

Lula
Lula da Silva y el ministro José Dirceu (izq.).

En el principio fue el verbo acusador del gobierno, quien se dio a la tarea de investigar al diputado Roberto Jefferson, presidente del Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), acerca de licitaciones públicas amañadas en Correos y el Instituto de Reaseguros, ambos estatales.

¿Y qué hizo Jefferson? Contrario a aquello que Tzung Tsu establecía como el non plus ultra del arte de la guerra (hazte amigo de tus enemigos), devolvió el golpe al mejor estilo de un pugilista aficionado a los golpes bajos. A partir del pasado domingo, Jefferson ha provocado la mayor crisis política desde que Lula llegó al poder, en 2003, al denunciar que el tesorero del PT, Delubio Soares, pagaba el equivalente a 12.000 dólares mensuales a legisladores, para que respaldasen al Ejecutivo en el Parlamento. Con tono de quien oculta su baza bajo la manga, Roberto Jefferson declaró a principios de semana: "Si me tocan, se cae la República". La frase tenía dos destinatarios: el gobierno de Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores (PT).

Preocupado porque el asunto tomara una solemnidad crítica ajena a la tradición del carnaval político —ya no sólo de Brasil, sino de nuestra América—, el legislador Jefferson pasó seis días encerrado en su casa, se dejó oír cantando óperas desafinadas y ofreció champán a reporteros que montaban guardia ante su apartamento. Luego volvió a arremeter con los entretelones de las supuestas corruptelas. Incluyó en los chanchullos al presidente del PT, José Genoino; al secretario general del partido oficial, Silvio Pereira, y sugirió que Dirceu también estaba involucrado.

Aseguró que al menos cinco ministros tenían conocimiento del asunto, entre ellos el titular de Hacienda, Antonio Palocci. En su última declaración, admitió que no tiene cómo probar lo que dice y agregó detalles, como que el dinero procedía de empresas públicas y privadas, llegaba a Brasilia 'en maletas' y era repartido por Soares en casa de los legisladores sobornados. Cuando se le preguntó quiénes se habían beneficiado con el sobresueldo, Jefferson dio el siguiente dato: "Todos los miembros de las direcciones del Partido Progresista y del Partido Liberal". O sea, que hay champán, circo, show para los medios y una rimbombante ausencia de pruebas, enarbolada con surreal descaro por parte del acusador.

¿Corrupción generalizada?

Por supuesto, el PT y los partidos oficialistas han negado las acusaciones y sostienen que son consecuencia de la 'desesperación' de Jefferson, quien a su vez está siendo investigado. Se le atribuye a la oposición una voluntad desestabilizadora para debilitar al gobierno y la posible reelección de Lula. Entonces, el gobierno teme que la oposición utilice la Comisión Parlamentaria Investigadora (CPI), para iniciar investigaciones en otras entidades estatales y así llevar a la opinión pública la impresión de una corrupción generalizada.

Pero ya se sabe: Lula que se duerme, se lo lleva la corriente (conste que Lula, en portugués, significa calamar). Así que el presidente decretó la operación "manos limpias", y declaró: "Necesitamos mostrar a la sociedad brasileña que es posible acabar con la corrupción en Brasil"; y enseguida prometió: "no dejaremos piedra sobre piedra, investigaremos".

La próxima comparecencia de Jefferson ante la Comisión de Ética y ante un tribunal interno de la Cámara, se dará en un clima plagado de rumores: Lula se apresta a estirar sus tentáculos tanto como sea posible, y hacer una "limpieza" en su gobierno, sustituyendo entre otros a Dirceu y a dos ministros acusados de varios delitos financieros, entre ellos el presidente del Banco Central, Henrique Meirelles, con rango ministerial.

El proceso contra Jefferson durará aún tres meses y podría acabar en una condena por delito electoral.

Todo esto debería dejarnos con una sensación de déjà vu político latinoamericano. No es asombroso, aunque sin dudas ostenta el indudable sello brasileño de relajo organizado. Pero vale la pena que activemos un profiláctico instinto de suspicacia: cuando el río (léase Jefferson) suena, es porque piedras trae. Su historia, aunque carente de pruebas hasta el momento, no es inverosímil. Así como no hay santo vivo, es posible que tampoco hayan políticos santos, al menos en esta América que nos ha tocado vivir.

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