www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/5
 
Las repúblicas del Báltico
Una historia de las transiciones: Nacionalismo, independencia y reformas en Estonia, Lituania y Letonia.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

El poder de la dirigencia comunista en las repúblicas de la Unión Soviética era débil, pues la estructura política no gozaba de legitimidad ante millones de sus ciudadanos. La crisis de la ideología marxista-leninista que, junto a la represión, cimentaba la unidad del disparate multiétnico soviético, hizo estallar las tensiones que el sistema mantenía latentes. El imperio interno, ensamblado por los zares y consolidado por Stalin, comenzó entonces a derrumbarse.

Estonia
Estonia, primera de las repúblicas Bálticas en entrar a la UE.

A través de su historia, Estonia y Latvia —la Livonia medieval— formaron parte del reinado de Dinamarca, luego fueron conquistadas por los Caballeros Teutónicos prusianos, seguidamente por los suecos y finalmente por el ruso Pedro el Grande. En 1321, bajo el Gran Duque Vitautas Gediminas, Lituania conquistó la actual Bielorrusia, parte de Ucrania, y más tarde, estuvo unida a Polonia durante tres siglos. Y en 1795, a pesar de gozar de una tradición más independiente, cayó bajo la férula de los zares rusos.

Los regímenes burocráticos comunistas no se impusieron en las repúblicas del Báltico hasta el decenio de 1940. Tras la Segunda Guerra Mundial, Stalin trató de alterar deliberadamente la composición étnica de los Estados bálticos, al promover el asentamiento de rusos y de habitantes de otros pueblos eslavos, ucranianos y bielorrusos, como trabajadores de las nuevas fábricas que allí se construían. Los bálticos calificaron esta ocupación soviética como una invasión de los mongoles.

Los lituanos, letones y estonios se juzgaban integrantes de la cultura europea, y eran más voluntariosos con respecto a la autodeterminación que los eslavos rusos, los ucranianos, o los turcos de Asia Central. Los bálticos se sentían perjudicados por estas migraciones eslavas y temían su extinción como pueblo, aprensión que vigorizó su nacionalismo. El recuerdo de que habían sido países soberanos en el período comprendido entre 1918 y 1940 se hallaba latente entre sus habitantes.

Perestroika y glasnot

En gran medida, era predecible el desmoronamiento del sistema soviético, ilustrado por el levantamiento de la región del Báltico. La introducción simultánea de reformas económicas asociadas con la perestroika y de reformas políticas referidas a la glasnost, garantizarían el caos porvenir. Los signos de la fragmentación afloraron en la medida que se trataba de desinflar el creciente peligro de secesión de las tres repúblicas bálticas: Estonia, Letonia y Lituania.

Ciertamente, el rechazo moscovita a la independencia de Lituania tuvo como eje central la utilidad estratégica que sus puertos del Mar Báltico tenían para la Armada soviética. Aparte de que dentro de la perestroika y la glasnost no estaba contemplada la independencia de las repúblicas soviéticas que buscaban restaurar sus identidades culturales y lingüísticas asfixiadas por el socialismo estalinista.

En estos pequeños países, las corrientes nacionalistas establecieron una simbiosis con los métodos y las fracciones en favor de la perestroika. Los parlamentos de las repúblicas bálticas denunciaron al Ejército soviético que "liberó" a sus pueblos de la ocupación nazi, como una "fuerza de ocupación" que implantó un sistema de terror, fusilando y deportando a campos de trabajo forzado a cientos de miles de ciudadanos. Asimismo, expresaron la ilegalidad del pacto germano-soviético de 1939, que permitió al Kremlin ocupar las tres repúblicas, alegando que constituían un peligro militar.

La independencia de los Estados del Báltico se conduciría de manera episódica, y su frío y calculador nacionalismo mantenía al mínimo la violencia política. Estos movimientos nacionalistas demostraron una gran sofisticación, lo que concedió a esta revuelta política una legitimidad que a Gorbachev le fue imposible denegar.

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