www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/3
 
Los orígenes del cambio
Una historia de las transiciones: Estalinismo, intelectualidad y evolución democrática en Europa del Este.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

El comunismo bolchevique fue una reacción agresiva al crecimiento de la civilización del mercado mundial. En cierto sentido fue la respuesta europea a un reto de la propia Europa, un intento desesperado para avanzar por la senda de la industrialización a trancos, quebrantando el balance social y estableciendo un superestado. El estalinismo, o lo que devino el bolchevismo, no sólo era un sistema de control social draconiano consumado por un dictador implacable, o como ha sugerido Milán Kundera, la imposición de un despotismo oriental sobre una civilización occidental.

J. Stalin
Josif Stalin (Carlos González Santamaría).

Las revisiones que afanosamente buscarían Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia en la década de los sesenta, en la glasnost gorbacheviana y en las reformas chinas de Den Xiaoping, ya habían sido bosquejadas por los primeros herejes de tal doctrina: August Bebel, Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo, Evgeni Preobrazhensky.

Ya al borde de ser fusilado por el delito de presentar una alternativa al estalinismo, Nicolás Bujarin, el brillante benjamín de los bolcheviques, había concluido que el marxismo en la práctica era un fracaso. A una consideración parecida arribaba en su exilio de México León Trotsky.

Tras asumir el poder montados en los tanques del Ejército Rojo vencedores de la Wehrmacht, los minúsculos partidos comunistas de la Europa del Este extendieron su control incontestable, a los niveles más básicos en sus sociedades. Si la militarización se transformó en la piedra de toque del sistema utópico, los ejércitos "nacionales" no serían la espina dorsal de estos regímenes comunistas, era el partido comunista el agente del imperio foráneo, el instrumento del ejército de ocupación.

Los viejos tecnócratas del "Estado burgués", luego de calibrar que sus intereses podían ser aceptados en el nuevo estatus, se reciclaron al comunismo. Los jóvenes radicalizados, tropa de choque militante, asumieron la vanguardia y ascendieron en las filas partidistas, de la burocracia en expansión, para finalmente ocupar los cómodos sillones del poder y, como sus veteranas contrapartes del Kremlin, transitar en negros limousines de reunión en reunión.

Pero la legitimidad formal para retener la autoridad definitiva resultaba impensable sin una ideología que actuase como excusa general, que suplantase la iniciativa individual. Fue así que el monopolio de la interpretación ideológica (del marxismo) se tornó en el meollo del totalitarismo comunista.

Puede decirse que la centralización económica y social formó a la burocracia en una nueva clase que, a horcajadas en el Estado, estableció su dictadura, no la de los proletarios. Más que el desarrollo y el bienestar social, su aspiración clasista se centró en la producción por la producción (su reproducción), como supuesta primera fase de la industrialización. Fue así que el gobierno olvidó cómo gobernar, los directores empresariales cómo dirigir, las elecciones cómo elegir y las leyes cómo legalizar.

En los albores de los abordajes comunistas, la eufórica intelligentsia se alineó en masa, y se sometió a la catarsis experimental. En la década de 1970, los húngaros György Konrád e Iván Szelényi, utilizando categorías del marxismo, que por la época aún retenía cierta vitalidad, especulaban que bajo las condiciones de la posguerra en la Europa del Este, la intelligentsia había devenido en una clase dominante.

Y es que la proclamación de una sociedad ordenada científicamente ejerció gran atractivo en la intelligentsia, sobre todo porque sus talentos fueron convocados para la construcción del nuevo orden. Los cautivó la supuesta oportunidad de eliminar los escollos que históricamente impidieron el pleno desarrollo de la creación. Los convenció la revelación de un compendio científico que barrería tales obstáculos mediante una planificación racional.

Si para la claque comunista el camino al poder fue rápido, para los intelectuales fue largo, penoso, y para la mayoría, vedado. Los que lograron sacudirse de la sospecha burguesa fueron reducidos en apparatchiks de la cultura. Los que olfatearon a tiempo la dirección del viento y lograban posiciones periféricas, languidecerían bajo regulaciones políticas humillantes y la ineptitud de sus superiores. Los osados que murmuraban signos de rechazo, practicaban el homosexualismo, o ritualizaban la cultura de la clase burguesa "recesiva", fueron execrados de la casta intelectual.

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