www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/4
 
El proceso de democratización
Una historia de las transiciones: Tras numerosas guerras étnicas y con el influjo creciente de la religión ortodoxa, la estabilidad y la civilidad no acaban de cuajar en los Balcanes.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

A diferencia de lo ocurrido en la Unión Soviética (pese a los ejemplos de Moldova o de Armenia-Azerbaiyán) y Checoslovaquia, el proceso de democratización en los Balcanes condujo a tres guerras de notorio relieve, iniciadas por milicias serbias y con el apoyo abierto del ejército federal yugoslavo. La primera de las contiendas se desarrolló en Croacia, a mediados de 1991. La segunda, ocurrida entre 1992 y 1995, tuvo por escenario Bosnia-Herzegovina, que resultó el conflicto más complejo de las confrontaciones étnicas. La tercera guerra, la de Kosovo, concluyó con la intervención militar de la OTAN contra el ejército serbio.

Balcanes
Zona de los Balcanes.

Rumania, Bulgaria, Serbia, Macedonia, Rusia, Grecia, todas naciones ortodoxas de Europa, se caracterizaban por sus débiles instituciones. Si la homogeneidad no es la regla, la existencia de entidades estatal-nacionales poco consolidadas resulta relativamente común en el caso de los Balcanes, lo cual se refleja en tensiones en las que despunta el deseo de determinadas comunidades humanas de integrarse a otros Estados. Bastará con mencionar al respecto los nombres de Macedonia, Moldova en su relación con Rumania, Montenegro, de Kosovo con Albania, de la "república del Transdniester" con Rusia, de la "república serbia de Bosnia" con Serbia o de "Herceg-Bosnia" con Croacia.

No puede desestimarse la importancia de la articulación territorial de los Estados, que hace las realidades políticas complejas y dispares. Entre ellos se cuentan, por identificar dos polos: Estados unitarios, que ratifican con rotundidad su condición de tales —como Bulgaria—, y Estados federales, como Bosnia-Herzegovina y la actual Yugoslavia.

En Macedonia se impidió en 1990 que fuerzas políticas albanesas, vencedoras en las elecciones, se hiciesen con el control de municipios como los de Gostivar y Tetovo. El gobierno macedonio se vio en la disyuntiva de legislar posteriormente para mitigar tales problemas. En Croacia, Rumania y Serbia se privó a fuerzas de la oposición de la posibilidad de ejercer el gobierno en determinados municipios. A ello debe agregarse cómo durante las negociaciones de Dayton sobre el conflicto de Bosnia-Herzegovina, cobraron cuerpo con respaldo internacional entidades como Serbia y Bosnia, que por su origen y su vocación se antojan étnicamente homogéneas.

Una historia de las transiciones
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El dilema balcánico

No han faltado ejemplos de Estados que han suprimido los signos de descentralización espacial que caracterizaban su situación anterior. Tal ha sido el caso de Croacia y de Serbia. Si en el primero de estos países la guerra de 1991 facilitó los proyectos del presidente Franjo Tudjman al configurar un Estado unitario, y de rechazar cualquier veleidad de autonomía regional; en el segundo, un proceso semejante adquirió carta de naturaleza en 1989-1990, al ser abolida la condición autónoma de la que disfrutaban Kosovo y la Vojvodina.

Nacionalismos a flote

La manifestación de discursos de corte chovinista no era en modo alguno casual en la Europa oriental y balcánica contemporánea. La presencia de este alegato nacionalista se hizo valer en muchas fuerzas políticas herederas de los viejos partidos comunistas, las cuales han dirigido durante años a países como Bulgaria, Rumania o Serbia, y las que se han desarrollado en la oposición en Rusia. En la Europa balcánica, el influjo de los discursos nacionalistas ha sido menor en aquellos lugares en cuyas elecciones fundacionales se impusieron partidos que rompieron con el orden comunista anterior.

En otros escenarios, y en particular en los marcados por procesos de desintegración de Estados, ha despuntado un fenómeno de interés: la adopción de discursos nacionalistas por parte de determinados segmentos de las élites dirigentes de antaño, que, dispuestas a acometer audaces reconversiones, encontraron en esas argumentaciones un sinfín de ventajas.

Procesos de esta naturaleza se han hecho valer en países como Macedonia y Serbia. Tampoco está de más subrayar la importancia que ha tenido en la consolidación de ciertos movimientos nacionalistas el desarrollo de determinados conflictos bélicos, como ilustran los ejemplos de Croacia, Moldova y Serbia.

La debilidad genérica de los nuevos movimientos sociales contrasta con datos que, en su estricta dimensión cuantitativa, invitarían a extraer otras conclusiones. Incluso en países de régimen manifiestamente autoritario como Croacia se llegaron a contabilizar manifestaciones descomunales contra la decisión gubernamental de cerrar en 1995 la estación Radio-101.

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