www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 1/4
 
El reciclaje de los comunistas
Una historia de las transiciones: ¿Existe una tercera vía entre el comunismo y la democracia para el ciudadano de a pie en los países de Europa del Este?
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

El inicio de la transición, con una herencia económica y social funesta, no fue el único problema de los pueblos de Europa del Este. Allí, la nomenclatura comunista, la élite que sobrevivió al tránsito, se hallaba dividida en grupos y clanes con programas políticos diferentes. Ello no sorprende a los actores y políticos de nuevo cuño en tales países. Es en Occidente donde se desconocía o subestimaba la urdimbre interna, la dinámica grupal de los regímenes comunistas.

Polonia
Polonia: El 90% de los banqueros provino de la era anterior a 1989.

Por eso, la transformación al capitalismo democrático no comenzó sin ataduras políticas. Las élites de poder comunistas fueron desplazadas de los cargos más elevados, al menos en algunos casos, pero la casta de directores empresariales y de funcionarios estatales medios permaneció en las burocracias estatales y empresas económicas. Así, el 90% de los banqueros polacos provenía de la era anterior a 1989.

Los problemas económicos y políticos de la transición (ahora desdeñados por Occidente) fueron explotados por una mezcolanza de partidos comunistas, de comunistas reciclados y de neocomunistas —vestidos de socialdemócratas—, los que argüían que el capitalismo "salvaje y crudo" de las transiciones engendraba el gangsterismo, el desempleo, la inflación, la disparidad de ingresos, y desatendía la educación, la salud pública y las pensiones.

El fantasma del comunismo, entonces, hizo su reaparición en todo el antiguo bloque soviético, luego de que las esperanzas por una transición plácida, de un Estado policial marxista al capitalismo democrático, probaran ser no sólo prematuras, sino infantiles.

Una historia de las transiciones
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JFB, Miami
El ajedrez atómico
El testamento del comunismo

El Estado policial comunista no facilitó el aprendizaje de las técnicas económicas y legales modernas. Los disidentes no eran economistas, contadores, administradores, o políticos avezados, sino que provenían de las filas intelectuales. Muchos de los partidos postcomunistas eran la remodelación de grupos premodernos que poco sabían de la democracia liberal, y que se hallaban ansiosos de tomar revancha contra las minorías domésticas, perdiéndose mucho tiempo y esfuerzo en tales contingencias.

En esta era postsoviética, los comunistas ortodoxos fueron relegados a categorías secundarias, sin facultad para decidir en el retablo político. Pero cuando las reformas sistémicas se llevaron a cabo, las élites previas se hallaban en mejores posiciones que el ciudadano corriente para aprovecharse de la transición. Vastos segmentos de la rancia nomenklatura comunista se evangelizaron en el nacionalismo o la socialdemocracia, y pudieron rehabilitar su capital político, entroncando sus incentivos y su propia conservación con el éxito del mercado.

Luego de un breve período de exclusión, los partidos comunistas retornaron al poder bajo nombres cambiados. Se pueden numerar casos en que las nomenclaturas recicladas abrazaron el ultra-nacionalismo, como en Moldova y Macedonia, buscando evadir celosamente la unificación con sus vecinas "madres patrias" (Rumania y Bulgaria), y enfatizando en las diferencias culturales como una forma de preservar sus parcelas de poder. Un sector importante de la nomenclatura que dirigía ministerios, órganos planificadores y grandes empresas estatales se ha reconvertido en nuevas clases dominantes.

A mediados de los noventa, en todos los antiguos estados del bloque soviético tuvo lugar una virulenta escalada política de los comunistas reciclados para ascender al poder, y para refrenar el programa democrático que propulsaban las facciones reformadoras no comunistas. Tales partidos, bajo la cándida promesa de retornar al Estado benefactor, recibieron el apoyo de gran parte del electorado, inconforme con las crisis económicas y con el abismal desempleo.

Pero los políticos defensores de la terapia de choque y del corte radical, los antigradualistas, rebatían el argumento neo-comunista enfatizando que era precisamente el establecimiento de programas radicales de reformas —como en la República Checa y Estonia— lo único que podía inmunizarles de la pleamar neo-comunista, además de alegar que la timidez y el gradualismo en otros ejemplos de transición habían probado ser contraproducentes.

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