Sin dudas, el año 1989 fue el punto inicial del desmoronamiento del comunismo para Europa central y oriental, y el epicentro de la ola expansiva que lentamente iría consumiendo al imperio soviético hasta Kamchatka. En el término de un año, los regímenes cuya legitimidad descansaba en la ideología marxista —en Berlín, Praga, Budapest, Varsovia, Sofía y Tirana— se desplomaron en medio de una asombrosa ausencia de violencia, algunos con rapidez, como la Alemania del Este, otros más lentamente, como los del Asia central. Sólo en Rumania tuvo lugar una refriega sangrienta contra los Ceaucescu, que duró pocas horas.

Chechenia: Del comunismo a la violencia terrorista.

La corrosión no paró en las fronteras de la Unión Soviética. Los estados del Báltico, por ejemplo, que nunca aceptaron su forzada inclusión en la URSS en 1940, acometieron sus independencias. Dentro de la misma Rusia, el ocaso del Partido Comunista se produjo en agosto de 1991, después de la intentona golpista de la "línea dura", que unos meses después precipitó la evaporación de la Unión.

La transición es el intervalo que existe entre el antiguo Estado comunista y el futuro en cada uno de tales Estados. En ellos no existen normativas generales e incluso las reglas de juego de la política no están definidas. Puede apreciarse que el proceso de transición responde directamente a la naturaleza y las condiciones de las negociaciones iniciales, y no a presuntas diferencias entre culturas políticas o estructuras socioeconómicas.

Si algo se ha demostrado en las transiciones es que el desarrollo y plenitud de la democracia está en relación directa con la forma en que se inicia la transición al capitalismo. Es de señalar que estos ejemplos en los países del Este y del Asia pueden clasificar como disposiciones híbridas, ya que exhiben, de manera simultánea, estructuras productivas, sociales e institucionales, semejantes y diferentes a las que existen en los países capitalistas avanzados, y en los modelos del mundo subdesarrollado.

En muchos ejemplos de transición pueden definirse dos fases: una primera de liberación del totalitarismo y otra que tiende hacia la democratización. Pero esto no es una regla, pues no todos los casos de liberación logran avanzar en la democratización. Algunos quedan estancados en la primera fase y otros se hunden en la regresión. Se concibió una pretensión demasiado optimista de las transiciones, un modelo de democracia política, y una economía de mercado tipo occidental aplicado de forma automática.

El fulminante colapso del comunismo en Europa del Este generalizó la creencia eufórica de que con la ayuda de Occidente y de las instituciones financieras internacionales, estas emergentes nuevas democracias bien pronto alcanzarían en desarrollo y en normas políticas al Primer Mundo.

La estrategia por la prosperidad se anunciaba en las declaraciones de los mandatarios de Occidente, en estudios académicos del momento y en las plataformas de los partidos de todos los colores, que se organizaban aceleradamente en todo este antiguo mundo comunista.

Se evaluaba, primeramente, que una Alemania unificada renovaría el área de su sección oriental mediante colosales transferencias de capitales. Checoslovaquia, el Estado más industrial del Bloque, proseguiría este renacimiento, seguida de Polonia, y de Hungría, que ya había iniciado sus reformas económicas desde la década del setenta. Rumania, Bulgaria y Albania, acorde con tal escenario, se incorporarían ulteriormente a esta avalancha de progreso.