www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 3/3
 
Los clásicos prejuicios
¿Fueron racistas Carlos Marx y Federico Engels?
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Como bien dice Carlos Alberto Montaner, previó Marx la lucha de clases en sociedades homogéneas, ya gala, germana o británica, pero ni por asomo en el mundillo multicolor antillano. Vacíos tales le llevaron a perpetrar errores al inmiscuirse en los problemas americanos, que se suman a extensas lagunas sobre la psicología humana en su obra, a su base hegeliana y, como recordara Octavio Paz, a su eurocentrismo. En fin, que ni a nuestro San Lázaro, de origen bíblico aunque pasado por los cedazos de la transculturación isleña, dejó en paz el filósofo alemán. Con semejante sentencia apuntalaba otra respecto a la religión como el opio de los pueblos, hoy puesta multitudinariamente en solfa.

Olvido de la historia

Pero el historiador Paul Johnson, que a la pasión unía la seriedad, no permitió que Marx se le escapara tan pronto. Aunque Johnson no lo propone, hay que afirmar que Marx, erudito en historia occidental, no desconoció las condiciones de persecución, masacre, expulsión y el despojo de sus propiedades que desde hacía siglos padecía el judío. Esto lo llevaría, por ejemplo, a perfeccionarse en el comercio de joyas, artículos de pequeño volumen y alto valor, fácilmente disimulables y trasladables de un sitio a otro ante el primer síntoma de amenaza.

Al vivir en constante inseguridad física y en peligro de que le saquearan sus bienes, los judíos, amén de utilizar en Occidente nombres cristianos ficticios, crearon las letras de cambio y los títulos al portador, formas impersonales que se filtran entre el clima represivo. Era una manera de resistir.

Un sólido basamento histórico, en resumen, justifica el despliegue judío en el sector financiero, donde influyeron decisivamente, en particular en el desarrollo del crédito. El tamaño global que desde temprano adquirió tal perspectiva, también cuenta con respaldo en una diáspora de carácter universalista. El mundo fue, desde siempre, su mercado.

La firme voluntad de conocimiento de los judíos constituye asimismo otra huella de su historia. No existe ejército, inquisición, proceso judicial, progrom que puede despojar a un ser humano de su saber. Marx mismo es una evidencia. Cuando parecía que las grandes opresiones habían quedado atrás, Hitler hizo un río con la sangre de la raza. Llevó a cabo una antigua práctica: robarle sus posesiones.

Salvo este último evento que lo rebasa temporalmente, Marx estaba enterado de la agonía que sufrió el pueblo israelita, mas decide olvidarla. En La cuestión judía, el filósofo acepta el marco salvajemente antisemita de un ensayo previo de Bruno Bauer, observa Johnson.

El susodicho Prometeo escribe que la base profana del judaísmo es la necesidad práctica, el interés propio, y se pregunta y responde: "¿Cuál es el culto mundano del judío? Traficar. ¿Cuál es su Dios mundano? El dinero". Y en otras páginas del mismo estudio lanza Marx nuevas andanadas: "El dinero es el celoso Dios de Israel, y a su lado no puede existir otro Dios. Con su poder monetario —añade— los judíos han pasado a esclavizar y corromper a la cristiandad".

Las citas, que podrían ser muchas, adquieren las tonalidades de una sustanciación despiadada, pero resulta curioso que un autor marxista de nuestros días, colaborador de la revista Socialismo o Barbarie, analice La cuestión judía y se le escurran totalmente las ofuscaciones del autor de El capital.

Por cuanto llevamos dicho, en verdad no es raro que no se publique en Cuba una investigación en torno a los prejuicios raciales de los clásicos del comunismo científico. Se teme un desplome de la imagen construida durante casi medio siglo en el seno de una sociedad mestiza, donde los prejuicios raciales suscitan cada día mayor encono. Se teme que salgan a la luz zonas inaceptables. Sucede con la imagen de ciertos caballeros vestidos por sastres puntillosos. Estos caballeros andan elegantes y a la moda, pero al desnudarse muestran los pliegues y repliegues, manchas, grasas y mataduras propias de la vejez mal llevada.

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