www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de marzo de 2003

 
  Parte 1/7
 
Una tarde con Saddam
Noviembre de 1990, cuatro meses después de la invasión iraquí a Kuwait: Una misión cubana viaja a Bagdad con un mensaje de Fidel Castro.
por ALCIBíADES HIDALGO
 

Creo que una de las más gloriosas páginas
de la política y la diplomacia cubana
se escribió allí... actuamos en todas las direcciones
y con los mismos iraquíes...

Fidel Castro. Asamblea Provincial del Partido Comunista de La Habana, febrero 26 de 1991

Saddam Hussein interrumpió con un gesto de su mano derecha la ya larga explicación del Jefe de la Inteligencia Militar cubana, que sobre un mapa de la Península Arábiga describía el creciente despliegue de las fuerzas norteamericanas
Estatua de Sadam Hussein
Bagdad. Estatua de Sadam Hussein.
y aliadas que en muy pocos días castigarían a Irak por su invasión a Kuwait. "He recibido varios informes parecidos al de ustedes. Me los envía mi embajador en Naciones Unidas y casi siempre van a parar allí", dijo en voz alta y pausada el ídolo de Takrit, al tiempo que señalaba hacia un recipiente de basura de hermoso mármol, al gusto del poderoso dictador de Irak.

El comentario —primero tras casi dos horas de escuchar a sus invitados en el palacio de Al Qadissiya— pareció más bien dirigido al puñado de dirigentes militares iraquíes que ocupaban uno de los lados de la larga mesa cubierta de dátiles y flores. Al otro, los cubanos enviados por Fidel Castro para intentar convencer al aliado de Bagdad del más probable resultado de una guerra en el Golfo, comprendimos que, pese al tono de aquella voz, esa sería una tarde muy difícil.

Eran los primeros días de noviembre de 1990. Cuatro meses atrás el inoportuno avance iraquí sobre las fronteras kuwaitíes estremeció al mundo entero e inquietó a la lejana Cuba. Un amigo reconocido desafiaba a su propio mundo árabe, a persas, turcos e israelíes, al Occidente en pleno y a todos los demás y lo hacía, para colmo de males, mediante la superioridad militar abrumadora contra un pequeño vecino independiente. Un escenario enrevesado, con desafortunadas similitudes a los peores augurios de Cuba sobre su propio gran vecino, ante el cual, necesariamente, habría que tomar posición.

La diplomacia de la Isla intentó jugar al avestruz. La cancillería, alarmada, recomendó callar, no tomar partido. Los kuwaitíes, a fin de cuentas, eran apenas unos conocidos lejanos, sin dividendos tangibles para Cuba. Otra monarquía absoluta podrida en un mar de petróleo; no-alineada, sí, pero inclinada hacia Estados Unidos. Saddam, en cambio, era un amigo de muchos años y posiciones comunes. Se debía esperar, no adelantarnos, seguir el desarrollo de los acontecimientos, buscar consenso...

Desde el Comité Central del Partido Comunista algunos de los negociadores de la retirada de las tropas cubanas de Angola, de estreno en nuevos cargos del poder político, proponíamos lo contrario: marcar la distancia con el último arrebato de Bagdad. Demasiados malabarismos nos debía Saddam por su anterior guerra contra los Ayatolás, que habían terminado con el Sha Reza Pahlevi; muchos los malentendidos con la clientela tercermundista no islámica de la política cubana, o con sus propios hermanos árabes; muchos también los opositores de la variante sanguinaria del baasismo iraquí, incluidos casi todos los comunistas de la Mesopotamia, que habían colgado de sus cuellos en la Plaza de los Ahorcados, a orillas del Tigris. La clara agresión, pese a todas las justificaciones históricas iraquíes era, además, irreconciliable con el derecho internacional. Había que tomar distancia de la aventura, en beneficio de los mejores intereses de Cuba.

Luego de una inútil controversia para limar diferencias, ambos criterios terminaron, divergentes, sometidos a la decisión suprema del Comandante en Jefe, que decidió criticar la invasión. Cuba, miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, votó el 2 de agosto en favor de la Resolución 660 de ese órgano que condenó la acción de Irak. Un día después una declaración oficial hizo pública la posición cubana y el propio Fidel, en una larga carta a los líderes del mundo árabe, argumentó que se había actuado así "no sin pena y amargura" y en correspondencia con "los principios que hacen inaceptable el uso de la fuerza en la solución de conflictos".

1. Inicio
2. La amenaza...
3. Para exponer...
4. Fidel Castro...
5. La transformación...
6. El Gallego...
7. La comparación...
   
 
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