www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
   
 
(In)competencia y cultura
por ARMANDO AñEL, Madrid
 

La incapacidad del Gobierno de Fidel Castro para sostener un debate o diálogo abierto, en el que las partes puedan desarrollar, desde el respeto al interlocutor y/o contrincante ideológico, sus puntos de vista, parece incontestable.
Rostro
De cómo una máscara se convirtió en rostro (Marvelis Lozano, detalle)
Una certidumbre y otra: el estancamiento de la cultura en Cuba es ya una realidad palmaria, que los funcionarios de la delegación oficial a la Feria de Guadalajara (FIL) —por mencionar sólo un ejemplo reciente— revelaron internacionalmente, pero que las mesas redondas de la televisión cubana —por mencionar sólo un ejemplo jocoso— echan una y otra vez en cara al televidente nacional.

El fracaso de la puesta en escena de México —recuérdese, aquello fue, o se supone que fue, una Feria del Libro, a pesar de los múltiples espectáculos colaterales— puso sobre el tapete ese estancamiento, pero aunque notoria no se trató de una muestra aislada: en los últimos meses La Habana ha puesto en claro, por si no lo estaba para alguien, que su muy publicitada industria del acercamiento a la diáspora, el exilio o como se le quiera llamar, responde a ejercicios de sobrevivencia rigurosamente circunstanciales. Su diálogo es con el espejo, que le devolverá nada menos que su propia imagen... desleída, maquillada o en toda su caricaturesca acritud.

El atolladero cultural de la Cuba contemporánea no obedece a limitaciones individuales, sino institucionales. No es que los creadores isleños carezcan de talento o perseverancia, es que el sistema les impide desplegar dichas cualidades en un entorno abierto al intercambio, el cuestionamiento y la diversidad. Y sin diversidad no hay cultura. El establishment no admite la crítica desde ninguno de sus bordes, mucho menos desde el izquierdo. Una intelectualidad de izquierdas —como de cualquier otro signo ideológico—, atrincherada en la redundancia del lugar común y la letanía oficialista, no generará o refutará programas, ideas y concepciones si carece de la libertad y/o movilidad imprescindibles para hacerlo. Llevándolo a un lenguaje obscenamente cambiario: sin competencia no hay desarrollo. Y a la cultura oficial, política y correctamente subdesarrollada, le está prohibido competir.

Espacios como los brindados por algunas publicaciones del exilio (comparar el caso cubano con el de otras naciones carece de sentido), en los que ocasionalmente han aparecido textos de intelectuales orgánicos del régimen defendiendo orgánicamente al régimen, son impensables en la mayor de las Antillas, donde no sólo no es posible increpar al Gobierno, sino ni siquiera defenderlo en la polémica; para un ejercicio de esta naturaleza se necesita a más de uno, y más de uno sería censurado. Ante semejante panorama, la cultura nacional (independiente debiera ser sinónimo de cultura) tiene dos caminos: la sumisión o la huida hacia delante. Huir hacia delante: rasgar la camisa de fuerza del Estado para asaltarlo, ignorarlo o incluso valerlo o valer lo que representa desde la integridad que garantiza la soberanía creativa. Un camino ya iniciado por varios intelectuales en la Isla —subráyese que continúan residiendo allí— y que muchos otros, a la vista de una mitología desacreditada y un gobernante neoanexionista y fullero, deberían recorrer con urgencia. Para luego es tarde.

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