www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 1/3
 
Los trucos del Comandante
Los recientes fusilamientos en la Isla proyectan una advertencia: Castro es capaz de matar sin pensárselo dos veces.
por ENRIQUE DEL RISCO, New Jersey
 

La condena a la pena capital y el apresurado fusilamiento de tres personas la pasada semana exponen con atroz claridad el ínfimo valor que el Gobierno cubano da a la vida de sus compatriotas, y el uso inescrupuloso de sus muertes. Si el fusilamiento, hace más de una década, de altos oficiales del ejército y del Ministerio del Interior pudo ser explicado por observadores externos con difusas
Efectivos policiales
Efectivos policiales bloquean la calle donde reside la familia de Bárbaro Leodán Sevilla, uno de los jóvenes ejecutados por Fidel Castro.
alusiones a luchas internas por el poder, la ejecución, en este caso, de personas tan comunes como sus delitos (el secuestro incruento de una lancha de pasajeros con intenciones de viajar a los Estados Unidos), descubre el vulgar utilitarismo de Fidel Castro.

La escandalosa desproporción entre delito y castigo en este caso descarta de entrada cualquier explicación que incluya términos como "justicia", "legalidad" o "delito". La nula relevancia política de los ejecutados y de su delito descarta cualquier ecuación directa entre esas muertes y la supervivencia del régimen. La moratoria en la aplicación de la pena de muerte que de hecho había practicado La Habana desde 2000, fue interpretada por algunas instituciones internacionales de derechos humanos como un cambio de actitud en el tema de la pena capital. Su apresurada ruptura, poco más de una semana después de apresados los secuestradores de la lancha (mientras medio centenar de condenados a muerte han visto las ejecuciones suspendidas durante tres años), revelan que tanto la moratoria como el fusilamiento responden a la frívola voluntad de Fidel Castro de enviar mensajes contingentes mediante el terrible procedimiento de derramar, o no, sangre cubana. Resulta así de sencillo: Hace mucho tiempo que Castro ha adoptado el sistema de que cuando quiere enviar mensajes que sean escuchados por todo el mundo debe usar la sangre de sus compatriotas (la ejecución de dos salvadoreños terroristas responsables de la muerte de un turista, en cambio, ha sido pospuesta durante más de cinco años).

Si la única explicación que tienen esas ejecuciones es enviar un mensaje, faltaría saber cuál es su naturaleza y quiénes sus destinatarios. Unos se inclinan a suponer que se trata de una advertencia que luego de los repetidos secuestros de aviones y embarcaciones de los últimos días Castro quiere dejarle clara a sus súbditos: que esta vez no se trata de abrir las compuertas a la emigración masiva, como cuando la crisis de los balseros, y el mismo mensaje valdría para los Estados Unidos. Otros piensan que a la cortina de humo con que intentó encubrir su ofensiva contra los disidentes organizados de la Isla ahora trata de añadir una de sangre. Las enérgicas pero no por eso menos vagas alusiones de la cancillería cubana de que en realidad se trata de conjurar una conspiración norteamericana que utilizaría a partes iguales a los disidentes y un éxodo masivo para justificar una intervención militar en la Isla, requerirían, por delirantes, de alguna prueba contundente para merecer alguna atención. Y he aquí que la prueba más seria que puede ofrecer Fidel Castro es el fusilamiento de tres personas. Quienes traten de descifrar su sangriento mensaje deberán asumir que a tan brutal reacción deben suponérsele causas igualmente graves.

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