www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 1/2
 
¿Qué pasa si el Comandante enloquece?
¿Se atrevería Raúl Castro a tomar las riendas del poder? ¿Podría la nomenclatura cubana exorcizar las alucinaciones de su Máximo Líder?
por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D. F.
 

Caer en medio de un holocausto, frente a los marines norteamericanos, sería el sueño dorado de Fidel Castro, que en este momento debe estar envidiando la suerte de Sadam Hussein.

Fidel Castro

El horror que inquieta los sueños de Fidel Castro es que la muerte lo encuentre en la cama, víctima de una vulgar enfermedad. Él, un caudillo protagónico, es reacio a terminar sus días como los demás mortales, y a su avanzada edad esa es una de las posibilidades que trágicamente se le presenta. Para conjurarla es capaz de provocar un holocausto y, a veces, parece que lo intenta. El encarcelamiento de 75 disidentes y la ejecución de tres desesperados por escapar del paraíso socialista, muestran una mentalidad dispuesta a jalonar con desmesura los acontecimientos.

No sería extraño que en Cuba se diera el escenario carpenteriano de un país dirigido por un príncipe alucinado, que se ve a sí mismo envuelto en las llamas provocadas por decenas de misiles disparados desde territorio yanqui. Si no se pudo construir el reino antillano de la felicidad, cuando menos que se escriba la epopeya del caudillo que tuvo la desgracia de llegar a viejo al frente de una revolución a la que hace tiempo se le acabó el espíritu y el combustible.

Voceros anónimos de los Estados Unidos deslizaron hace unos días, en el New York Times, la especie de que el Departamento de Estado podría cancelar el envío de remesas de los cubanoamericanos hacia la Isla y suspender los vuelos directos, y el canciller Felipe Pérez Roque, en su persistente tono de bravucón de barrio, machacó la idea de que los castristas pueden sacar el arma más poderosa que poseen: La de los escuadrones de balseros.

Los políticos en crisis suelen insinuar lo que podrían hacer con el simple recordatorio de sus arsenales, pero el tono de bravatas, tan caro a los castristas, con frecuencia los conduce por un tobogán en el que están clausuradas las salidas. Se antoja difícil que en Washington opten por suprimir el flujo de remesas, ya que afectarían a una comunidad que, como la cubanoamericana, está muy politizada y ha mostrado que pesa a la hora de decidir, incluso, cuestiones como la presidencia del país. George W. Bush les debe buena parte de la determinación que lo tiene manipulando los botones de la guerra en Medio Oriente, y por una consideración elemental ha de sentir algún respeto por ese importante segmento de la población civil. Lesionarla caprichosamente le significaría costos elevados.

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