La reconstrucción democrática de Cuba podría ser —sin ánimos de hipérboles— más dramática y larga que la del Irak posbélico. Una Isla de etnia única, sin dispares chiíes o kurdos, corre el riesgo de reventar en guerra civil si la conciencia plural democrática no logra calar en la mentalidad de un segmento minoritario —dentro o fuera—, proclive a cada instante a resolver a puñetazos lo que con el verbo crítico, sólido y sensato tiene salidas viables. Son de la misma estirpe de los que en agosto de 1933 destruyeron las alamedas y parques construidos por el tirano Gerardo Machado, o de la que, en el otro bando, golpean a periodistas y activistas políticos contrarios

Madrid. Manifestación contra Castro en la Puerta del Sol.

ante embajadas, como en el reciente caso de París. Varios hechos de las últimas semanas, desde la manifestación de la Calle Ocho de Miami (ya comentada suficientemente en estas páginas), hasta la concentración del sábado pasado en Madrid, demuestran que no estamos del todo listos para el diálogo civilizado que exige el futuro.

Los intentos de algunos manifestantes de agredir físicamente en este último acto a Jesús Caldera, portavoz parlamentario del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), no tienen fundamento moral desde ningún punto de vista. A pesar de que las condenas de ese partido político a la ola represiva en Cuba y a los fusilamientos recientes pudieran calificarse de tibias, no es despreciable el aumento de tono hacia el dictador caribeño y, ¡al fin!, una postura federal más o menos coherente ante el régimen carcelario de La Habana.

Muchos concuerdan con que la ausencia del líder del principal grupo de la oposición española, José Luis Rodríguez Zapatero, demuestra aún ciertas reticencias a romper definitivamente con Castro. Otros consideran —con una alta cuota de razón— que el empecinamiento del PSOE en mezclar la represión totalitaria con los efectos del embargo norteamericano es sencillamente inadmisible, porque son temas que merecen un análisis por separado. Se ha mantenido casi invariable la posición de la izquierda española respecto a la "teoría del huevo y la gallina", sin terminar de entender que el embargo económico no genera la represión interna, sino que el estado de ausencia de libertades civiles es, en opinión de Estados Unidos, la causa del bloqueo. Asumir que Cuba es una dictadura, no significa necesariamente estar de acuerdo con el embargo.

Los abucheos contra Gaspar Llamazares —líder de Izquierda Unida (IU)—, Rodríguez Zapatero (PSOE) y el propio Caldera, son legítimos y nada cuestionables. Los carteles increpando la tibieza de la izquierda para sancionar y adoptar acciones contra Castro, las denuncias en los medios de comunicación, e incluso, el castigo en las urnas, son vías que poseen las democracias modernas y que los cubanos debemos aprender a utilizar. Pero los intentos de agresiones físicas de ciertos intransigentes contra el portavoz socialista en el acto de la Puerta del Sol de Madrid, muestran una hendija reprobable en una parte del civismo cubano, aún en condiciones de exilio democrático y libre. Caldera —quien afirmase en cierta ocasión que estaba más cerca de Fidel que del entonces diputado del Partido Popular y presidente de la Fundación Hispano Cubana, Guillermo Gortázar—, a primera vista parece redimido. Llamazares, un radical instruido en propio suelo cubano, ha condenado las penas de muerte, porque en España decir otra cosa es un suicidio político; pero todavía no se ha retractado de querer para su país el mismo "modelo" de Cuba y Venezuela.