www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
La extraña indulgencia
Laurent Fabius, ex Primer Ministro y hombre fuerte de la izquierda francesa, publicó este análisis en el último número de la revista 'Le Nouvel Observateur'.
 

Cuba, la isla de nuestros sueños frustrados, se ha convertido en la de todas nuestras pesadillas.

Hace menos de dos meses, 75 opositores pacíficos —intelectuales, periodistas y militantes que clamaban por un referendo a favor de reformas constitucionales— han sido condenados a penas de hasta 28 años de prisión. Para los más viejos, se trata en realidad de una condena a perpetuidad, tras un proceso judicial que las mismas autoridades cubanas tildaron de sumario. Se trata incluso de una pena de muerte para aquellos que, gravemente enfermos, como el economista Oscar Espinosa Chepe, han sido confinados en celdas deplorables y privados de atención médica.

Las "pruebas" presentadas ante tales condenas demuestran la naturaleza totalitaria del régimen. Poseer una máquina de escribir o un ejemplar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos constituyen, en lo adelante, un crimen contra el Estado. Quienes acusan han echado mano a los testimonios ofrecidos por supuestos vecinos que en realidad no son más que chivatos asalariados. Para encarcelar, se han apoyado en testimonios de agentes de la Seguridad del Estado infiltrados en las organizaciones de disidentes. Hasta la fecha, sólo ha faltado la parodia de las confesiones y las autocríticas "espontáneas".

Lo que sucedió es que el calendario del terror apremiaba. Había que dar el golpe en lo que la guerra de Irak ocupase todavía el espíritu de la gente en otros frentes. Al Sadam Hussein ser derrocado con mayor rapidez que la prevista, las actas acusatorias tuvieron que acelerarse, sin poder entonces recurrir a las técnicas sofisticadas que habían aprendido de la Policía de Alemania del Este fundamentalmente.

¡Y todo esto, entiéndase bien, bajo los colores de la revolución y el socialismo!

Ante esta ola de represión masiva, quiero, como muchos otros, declarar, primero que todo, mi indignación y mi cólera. Hay que llamar a la gente y a las cosas por su nombre: Fidel Castro, quien reclama el reconocimiento renovado de la comunidad internacional, es, simplemente, un dictador.

Enfrentándosele, la Unión Europea ha sabido consolidar su apoyo a los disidentes y al pueblo cubano. Con firmeza incitó a Castro a renunciar a los beneficios de los acuerdos de Cotonou: la dictadura prefirió privar a su país de la ayuda europea antes que aceptar el respeto de los derechos humanos.

En cambio, yo me confieso sorprendido y hasta estupefacto ante lo que desgraciadamente habrá que llamar la atonía francesa. En diciembre, el disidente Oswaldo Payá recibía en Estrasburgo el premio Sajarov de Derechos Humanos por su acción pacífica a favor de elecciones democráticas en Cuba. En París esperaba un apoyo oficial. Sin embargo, ni el Primer Ministro, ni el ministro de Relaciones Exteriores quisieron recibirlo, mientras que en Madrid había sido el Jefe de Gobierno quien lo había acogido, y en la República Checa Vaclav Havel lo había propuesto como candidato del Premio Nobel de la Paz 2003.

Las recientes exacciones no han provocado mayor firmeza de parte del Gobierno francés. Nada se ha hecho para socorrer a los prisioneros. Nada se ha dicho oficialmente contra Castro. ¿Cómo explicar que Francia, tan ceñuda ante otras causas, persista en no salir de su mutismo ante el endurecimiento del régimen cubano? Es cierto que una parte de la izquierda francesa reaccionó. Pero sólo una parte muy pequeña, y de forma bastante tímida. Entre la tiranía y los viejos mitos son estos últimos los que pesan más.

¿Apoyará el pueblo cubano a Castro? ¡Tonterías! Tiene éste demasiado cuidado en pedirle que opine y rechaza el referendo a favor de reformas democráticas que bajo el nombre de Proyecto Varela ha proclamado Oswaldo Payá. La vigilancia es permanente. Toda información independiente es amordazada. El acceso libre a Internet y a los medios de comunicación extranjeros está prohibido.

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