www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
La extraña indulgencia
Laurent Fabius, ex Primer Ministro y hombre fuerte de la izquierda francesa, publicó este análisis en el último número de la revista 'Le Nouvel Observateur'.
 

¿Estará actuando el Estado cubano en beneficio del progreso social? En La Habana la miseria se ha generalizado, la prostitución y el mercado negro son a menudo las únicas fuentes de recursos, la corrupción estatal es la norma. Todo lo que se compra se paga con dólares norteamericanos y ya no quedan más que los turistas para aferrarse a los pesos cubanos con la imagen del Che Guevara. Después del derrumbe de la URSS, la economía se halla en estado de coma. Incluso los sistemas educativo y médico, alabados durante mucho tiempo, se hallan prácticamente en bancarrota.

Criticar a Cuba, dicen algunos, sería hacerle el juego al imperialismo norteamericano. ¡Falso! Los Estados Unidos podrán presentarse como los únicos opositores al régimen de Castro para "cobrar la puesta" cuando la necesaria transición democrática venga después de la caída de un régimen hecho a la medida de su amo. Y como quiera que sea, nosotros debemos definir nuestra actitud por nosotros mismos, sin entrar en consideraciones de tal o más cual reacción de parte de terceros.

Ante todos estos argumentos la Revolución es un buen pretexto. Hace mucho tiempo que Castro ha traicionado sus propios ideales. "Nadie escuchaba", se quejan a menudo los opositores de la primera línea, muchos de los cuales habían combatido junto a él la dictadura de Batista. Las condiciones mismas de la Revolución, hace varias décadas, no justifican en lo absoluto el desenfreno ni los crímenes actuales. En lugar de una perestroika a la cubana, esperada por todos, el régimen ha agravado la represión. El clamor que se eleva desde las prisiones cubanas no debe ni puede silenciarse ya.

Varias asociaciones se han movilizado: hay que acompañarlas y ayudarlas. Deberían tomarse sin demora diversas iniciativas. Por ejemplo, incluso si se trata de un gesto modesto, debemos ser más numerosos a la hora de concentrarnos durante las manifestaciones organizadas cada martes, a las 6 de la tarde, delante de la embajada de Cuba. Por pequeños que sean estos acontecimientos no dejan de tener sus consecuencias. Asimismo, los partidos políticos deberían invitar a Francia, en número mayor, a los opositores cubanos. Las dictaduras prosperan bajo el silencio del mundo. Mas la movilización de los ciudadanos termina siempre por debilitarlas.

A nivel diplomático, Francia debería emprender al menos dos acciones: apoyar la candidatura del disidente Oswaldo Payá para el Premio Nobel de la Paz; pedir la liberación inmediata y sin condiciones de todos los prisioneros políticos. Dentro de la misma Cuba, nuestros diplomáticos deberían ayudar a la oposición: organizando, por ejemplo, el transporte de las familias de los detenidos para que puedan visitar a sus allegados, invitando a disidentes y a periodistas independientes a las actividades culturales, sociales o formativas organizadas por la embajada. ¿Por qué esto no se ha hecho?

Más allá del caso de Cuba, la misión de nuestro país es la de movilizarse para que los derechos humanos sean respetados en todo el mundo. No se trata de un viejo sueño sino, al contrario, el verdadero jalón de una mundialización más justa y más humana. El combate debe llevarse a cabo en las instancias internacionales fundamentalmente, y ante todo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, instancia llamada a defender la causa del nombre que lleva y… ¡presidida hoy día por Libia! La Comisión cuenta entre sus miembros a numerosas dictaduras, entre las cuales está Cuba. ¿Cómo podemos abogar a la vez por el multilateralismo y acomodarnos a esta farsa siniestra? ¡Qué Francia y la Unión Europea reclamen entonces sin demora lo que podría considerarse lo mínimo: condicionar la admisión en la Comisión al respeto de los derechos humanos en su propia casa!

Los cubanos tienen necesidad evidente y urgente de nuestro apoyo. Pero para ello tiene que cesar la extraña indulgencia hacia Castro. Como si, por un análisis extraordinariamente superficial, los largos discursos, el sol, la música, las grandes palmadas en la espalda, los grandes puros y la hostilidad de los vecinos norteamericanos sirvieran de marco a un régimen que por su naturaleza no puede ser menos que detestable.

Las dictaduras no son ni de izquierda ni de derecha: son simplemente infames. En Cuba hoy, como ayer en Chile y en Sudáfrica, países por los cuales hemos luchado, debemos reaccionar en favor de la solidaridad y los derechos humanos. La izquierda —la de verdad— saldrá engrandecida.

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