www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
La reaparición de Pedro
Hacia una política posrevolucionaria: Rechazar la cultura de la violencia para cerrarle la puerta en la cara a los fantasmas del pasado.
por ARNALDO YERO, Miami
 

Durante generaciones, la política cubana ha sido revolucionaria en su forma y "antialgo" en su contenido. El resultado histórico de esta costumbre de lidiar con la cosa pública por medio de la violencia es el totalitarismo y la crisis permanente en que vive el país desde hace más de cuarenta años, de ahí que sea necesario preguntarse si es posible superar el castrismo desde una postura anticastrista "tradicional", de lucha armada contra su infraestructura de poder, como aconsejan algunos
Tirador
en el exilio, o si hace falta evolucionar hacia una actitud posrevolucionaria de confrontación civil contra la superestructura ideológica que lo sustenta, como la adoptada por los opositores pacíficos dentro y fuera de Cuba.

La diferencia fundamental entre una y otra posición está en que ambas actúan desde perspectivas históricas distintas para confrontar a la dictadura: la primera se coloca antes de la llegada de Castro al poder, y la segunda se sitúa después del fracaso de la revolución. Este posicionamiento antes o después del fenómeno es lo que determina en gran medida la diferencia en los métodos de lucha propugnados por una y otra vertiente.

En su libro La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset afirma que, inicialmente, "una actitud anti-algo parece posterior a este algo, puesto que significa una reacción contra él y supone su previa existencia. Pero la innovación que el anti representa, se desvanece en vacío ademán negador y deja sólo como contenido positivo una antigualla. El que se declara anti-Pedro no hace más que declararse partidario de un mundo donde Pedro no exista, pero esto es precisamente lo que acontecía en el mundo cuando aún no había nacido Pedro. El antipedrista, en vez de colocarse después de Pedro, se coloca antes y retrotrae toda la película a la situación pasada, al cabo de la cual está inexorablemente la reaparición de Pedro".

Esto fue lo que hicieron los fidelistas en 1959: En vez de trascender el autoritarismo castrense representado por la dictadura anterior y decantar los defectos de la República de manera civilizada para crear una democracia más perfecta, lo profundizaron todavía más al tratar de "sepultar" el pasado republicano desde una perspectiva marxista —que es, en esencia, una postura reaccionaria antiliberal—, para crear una nueva sociedad que surgiría por obra y gracia de la violencia revolucionaria. El resultado fue, por un lado, la perpetuación del lastre militarista heredado del colonialismo español, y por el otro, la repetición del mismo engendro social de todas las revoluciones totalitarias del siglo pasado, incapaces de vencer a las democracias occidentales precisamente porque no incorporaron los valores positivos del liberalismo clásico que quisieron superar.

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