www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
Siempre es 10 de Marzo
La revolución como plusvalía del gangsterismo. Historia de armas y de un presente sin violencia que sugiere una apuesta por la vía pacífica.
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
 

De un almanaque cae una hoja con la fecha 26 de julio de 1953 (La víspera es Santiago Apóstol, fiesta gallega). Ha transcurrido un año y cuatro meses. Rebeldes vestidos con uniformes idénticos al de los golpistas batistianos parten en automóviles de otra finca. Es carnaval otra vez: las calles están llenas de serpentinas y los conjurados se dirigen a otro cuartel. El arlequín se ha transformado en doppelgänger: disfrazado de sargento, encarna a Fulgencio en el breve escenario de un automóvil. El tiempo transcurrido de carnaval a carnaval podría medirse en Olimpiadas; ambos hechos podrían sincronizarse por las señales de un radio reloj.

En nuestro experimento dos hombres han llegado al mismo punto por más de una ruta. Si bien la ficción de causalidad quedó descartada, otra ley de la naturaleza nos impide adjudicar simultaneidad a esos eventos. El primer golpe no es la causa del segundo: ya no hay más causas ni efectos. Pero las dos fechas tampoco pueden ser contemporáneas. En realidad, son una y la misma. El 26 de julio "es" el 10 de marzo. No existen otras fechas: el primero de enero de 1959, sólo una invención de la Corte Suprema del Arte, un truco publicitario de Bohemia y de Carteles. Desde aquel doble asalto a nuestra vida pública "siempre es 10 de Marzo".

La idea de derrocar a Batista por las armas, la idea de la Revolución ("el momento es revolucionario y no político...", clama Fidel en El Acusador) es el resultado de la atmósfera gangsteril de esos años. Por tal razón las armas no deben ser entendidas aquí como "último recurso", en el sentido martiano. Esas pistolas tenían gatillo alegre. La pátina de idealismo con que las cubrió el tiempo es falsa: el revolucionario estaba más cerca del gángster y heredó sus armas —y su escudo de armas. Los Tigres de Masferrer eran ya una suerte de caballeros del temple. Los grupos de acción políticos funcionaban como hermandades. La revolución llegó, entonces, como plusvalía del gangsterismo, del Priísmo —un priapismo, la ley de los cojones. Batista pudo haber sido, paradójicamente, el único hombre capaz de poner coto a la disposición mórbida de la sociedad cubana. En nuestra arlequinada jugó más de una vez el papel de Il Dottore.

El Moncada es la obra de un gángster. Los participantes en el asalto fueron a la lucha engañados. Jugaron con armas en Artemisa y, de pronto —¡el 26 de julio!— las armas jugaron con ellos. Gustavo Arcos fue el único que objetó a la crueldad con que habían sido llevados a morir. Pero las armas son del diablo: con ellas nunca se sabe. Hugh Thomas cuenta que, en la granjita Siboney, Fidel arengó a los jóvenes sobre la importancia "histórica" del asalto, y se asombra de que no haya mencionado la importancia social o política del hecho. Pero las armas hacen Historia —no sociedad ni política— y era a esa capacidad de las armas a lo que aludía el líder, y lo que le interesaba.

El arma es, después de todo, sólo una máquina —una máquina de guerra que produce Historia. Como cualquier otra máquina acelera un proceso productivo y lo intensifica. Como si Ángel Castro hubiera regresado al frente de su cuadrilla, el 26 de julio de 1953 un ejército de obreros trabajó para un capataz inescrupuloso en la producción de un hecho histórico, subproducto de la muerte.

La reticencia de la juventud actual a armarse denuncia, sin embargo, la llegada de la primera generación contra-revolucionaria (Y esto debe ser, entre nosotros, motivo de alegría). Vale decir, la primera generación que se resiste a resolver el problema de su libertad por la lucha armada —justificándola, teorizándola, idealizándola o mistificándola. Su pasividad, la escandalosa ausencia de hechos de violencia para sacarse de encima el "oprobio" del castrismo, delata una confianza en la vía pacífica, en la evolución creativa y el devenir. Se han confiado al tiempo.

Quizás sea la única señal esperanzadora de esta época oscura: que hayamos dejado de creer —sinceramente— en la Revolución. Que Fidel Castro haya logrado realmente hartarnos de anarquía. Como en The Clockwork Orange, fuimos "obligados a ver, a ver...". ¡Debemos llegar a pedir de rodillas el regreso del orden! ¡Que sea espejo de paciencia y no cobardía nuestra inercia!

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