www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
La patria y sus símbolos
Desde una simbología y un discurso patrioteros, el régimen cubano ha convertido el nacionalismo en su principal y casi única bandera.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
 

Hay una diferencia especialmente significativa entre las construcciones dictatoriales de los países llamados ex comunistas de Europa y Cuba: su relaciones con esas entelequias conocidas como Patria y/o Nación. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se diseñó sobre la base de la desaparición del concepto mismo de la Gran Rusia y prácticamente toda su estructura simbólica estaba concebida, al menos en teoría, desde unas premisas que hoy podríamos llamar postmodernas, que tienen muchos puntos en común con ese fenómeno denominado globalización y que los bolcheviques
Banderitas
Circo y banderitas: Una señal de identidad del castrismo.
propusieron como internacionalismo proletario. Es cierto que Stalin, desde su diseño del socialismo en un solo país, desempolvó algunos símbolos de la antigua Rusia, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, a la que llamó la Gran Guerra Patria, pero se trataba de un discurso incompleto, que contradecía el corpus teórico fundacional y que no sólo dejaba a un lado elementos tan importantes como la religión, sino que carecía de un referente histórico desde el cual fundamentarse. Aunque en la práctica lo hicieron, era demasiado fuerte para el imaginario comunista que los sucesivos secretarios generales del PCUS se declararan explícitamente herederos de los antiguos zares.

Así, cuando desaparece la URSS, se da la paradoja de que las repúblicas ex soviéticas se dedican a sus propias "desrusificaciones", mientras que en la renacida Rusia el nacionalismo, en sus diferentes variantes, se convierte en una de las fuerzas políticas más poderosas.

En los demás países del antiguo CAME o COMECON, donde el "socialismo realmente existente" se edificó y se mantuvo por la ocupación de un ejército extranjero, el regreso a las antiguas construcciones nacionales es aún más evidente.

El caso cubano es, en ese y en otros muchos sentidos, completamente diferente. La dictadura estatista de Castro no sólo se basó en una simbología nacional, sino que, a medida que pasaba el tiempo, fue haciendo del nacionalismo su principal y hoy casi única bandera. De acuerdo con una teleología nacionalista de la más pura estirpe, Castro se declara el heredero natural, la consecuencia inevitable de todo un proceso de construcción en el que incluye a la oligarquía latifundista de mediados del siglo XIX, al ideal republicano de las clases medias de finales del mismo siglo y a todos los procesos revolucionarios del XX. "Nosotros ayer hubiéramos sido como ellos; ellos, hoy, habrían sido como nosotros" fue la frase más o menos textual que presidió las celebraciones castristas del centenario de la guerra de 1868. Por ello, la antinomia con los Estados Unidos (todo nacionalismo necesita de un enemigo para justificarse plenamente) ha sido un elemento imprescindible en la construcción romántica del castrismo.

Lo interesante y conflictivo del fenómeno cubano es que la mayor parte de la oposición ha utilizado exactamente los mismos símbolos que Castro: patria, himno, bandera, escudo y, por encima de todo, la para todos incuestionable figura de José Martí.

Esta duplicidad simbólica puede constituirse en un verdadero problema para la transición democrática si se acepta, como ha señalado en más de una ocasión Rafael Rojas, la necesidad de símbolos que requiere toda construcción o reconstrucción. El uso y abuso de los símbolos patrios que ha desplegado Castro durante estos 44 años es de tal magnitud que se ha producido, además de la evidente asociación, una saturación, una fatiga de estos emblemas. No parece casual que Oswaldo Payá y su grupo hayan utilizado la figura del Félix Varela para su Proyecto, pues se trata de una de las menos gastadas por el actual régimen.

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