Lejos de los mecanismos de intolerante imposición que caracterizan la vida nacional, el Gobierno cubano no debe pretender convencer a nadie sensato y honesto de la justeza de su desproporcionada represión, y mucho menos esperar silencio cómplice o respaldo de naciones de tan sólida tradición democrática. El desafuero de tal pretensión crece cuando recordamos que hace más de 100 años el insigne patriota Juan Gualberto Gómez —mestizo e hijo de esclavos para más señas— obtuvo del Tribunal Supremo de la España colonial el reconocimiento judicial de su derecho a hacer propaganda independentista, pública y pacífica en territorio insular.
Como ya es costumbre, ante el colapso, el estancamiento y el retroceso socioeconómicos, ante la ausencia de proyectos y horizontes, las autoridades cubanas responden profundizando los diseños represivos internos, que hoy casi no dejan espacio al desenvolvimiento independiente. Siempre tan dada a la crítica y descalificación de los otros, La Habana, al ser cuestionada por su desprecio manifiesto de los derechos ajenos y las responsabilidades propias, se apura a convertir a sus interlocutores en enemigos. Dinamitar los puentes de contacto e interrelación con este influyente grupo de países que en la última década fue principal partenaire económico y seguro interlocutor político, parece demostrar una muy pobre voluntad de evolución interna e inserción internacional.
Cuando en meses pasados quedó claro que el proceso de inclusión de Cuba en los Acuerdos de Cotonou estaba libre de apremios y precondiciones, pero que el reconocimiento irrestricto de los derechos fundamentales era el único camino posible para dar feliz conclusión a las negociaciones, el Gobierno, a pesar de no contar con propuestas ni salidas ante la crisis generalizada del sistema, prefirió optar por la confrontación y el aislacionismo.
Ante el desalentador cuadro que se presenta, sólo queda confiar en que la Europa unida muestre las muy necesarias sabiduría, firmeza y flexibilidad que le permitan criticar de manera prudente pero explícita los inapropiados diseños de las autoridades cubanas. Y a la vez mantener mecanismos de contacto, comunicación fluida y diálogo político, que son a estas alturas la única esperanza de alcanzar soluciones negociadas y positivas al conflicto nacional. |