www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/4
 
Las razones de la sinrazón
Todas las cartas de la partida: Sugerencias para explicar el enfrentamiento del Gobierno cubano con la Unión Europea.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

La última ola de arrestos y el reestreno oficial de la pena de muerte en la Isla han dejado estupefacto al mundo occidental. En el extranjero se daba por sentado que la represalia del régimen por el éxito del Proyecto Varela sería dura. Pero se esperaba que, aunque con una discreta vuelta de torniquete, se apoyara en el instrumental jurídico tradicional utilizado para mantener a raya a la disidencia: golpear a la cabeza, aplicándole todo el rigor de la Ley Mordaza a Oswaldo Payá, el promotor del Proyecto, y varios de sus colaboradores, un par de años a la sombra más que a los firmantes de la declaración La patria es de todos, cuyas condenas habían duplicado a su vez las dictadas en 1991 contra María Elena Cruz Varela y otros tres dirigentes de Criterio Alternativo por un delito similar: llevar a cabo una labor proselitista abierta basada en una propuesta aceptable para todos los inconformes con el régimen.

Fidel Castro

La fórmula aplicada por el Gobierno ha sido a la vez brutal y —por mucho que cueste admitirlo— maquiavélicamente certera dentro de su estrategia represiva. Al dejar a un lado a Payá, el régimen da a entender que no busca tanto descabezar a la oposición (cosa que hace parcialmente en las personas de Marta Beatriz Roque, Héctor Palacios y Raúl Rivero) como bloquearle el acceso a la población focalizando el terror jurídico en las poleas transmisoras del creciente movimiento contestatario, o sea, en el activismo de base. De este modo crea el vacío en torno a los dirigentes opositores, fija las reglas de juego dentro de las fronteras nacionales y delimita para consumo externo los límites de una tácita tolerancia oficial que aspira a restringir el inconformismo organizado a una disidencia reconocida en el extranjero pero carente de base popular, forzada por el terror jurídico al enquistamiento defensivo y, por ende, incapaz de generar un movimiento cívico autónomo de alcance nacional. 

Con la ratificación de los veredictos se han desvanecido las últimas esperanzas de un cambio gradual que facilite la transición pacífica a la muerte del caudillo. Sin embargo, sobraban razones para pensar que las represalias serían más bien moderadas y que la Ley Mordaza no sería desengavetada. En lo económico, el Congreso estadounidense acababa de aprobar un modesto relajamiento de la Ley Helms-Burton. Por primera vez en más de cuatro décadas, se celebraban ferias comerciales norteamericanas en La Habana, que sigue importando productos agropecuarios (incluyendo ganado en pie y madera en virtud del sistema de clasificación del Departamento del Tesoro). Por otra parte, el acceso de la Isla a los beneficios concedidos por la Unión Europea en el marco de los Acuerdos de Cotonú era ya mera cuestión de trámite. Se suponía que en los cálculos a corto plazo de Castro debía pesar también el conteo de tres y dos con pésimos augurios en que se halla desde hace años su pupilo Hugo Chávez, cuya caída acarrearía una súbita interrupción de los vitales envíos de petróleo barato venezolano. La Habana podía especular con un esquema de subsistencia equilibrista basado en estimular la puja por el control del mercado cubano entre las dos potencias económicas más grandes del mundo (UE versus USA), empeñadas en sentar las bases para arrancar en punta "el día después". Con un toque de astucia comercial, el régimen lograría sustentar por tiempo indefinido y hasta mejorar su esquema de socialismo con bolsones capitalistas.

En lo político, desde la visita de Carter la capital cubana se ha convertido en un santuario de peregrinación para un aluvión de intelectuales, políticos y hombres de negocios de Estados Unidos. En este contexto, el sorpresivo placet de La Habana al uso de la Base Naval de Guantánamo como cárcel para los talibanes no podía ser interpretado de otro modo que como un guiño a la administración Bush (Castro no tiene escrúpulos, y cuando es preciso cambiar de bandera lo hace sin pestañear). Pero, así como en su momento fue lo bastante perspicaz para olerse que el contexto del 11 de Septiembre no era el más apropiado para cuquear a un Imperio irritado, al fino olfato político del patriarca cubano tampoco se le escapa que la impopularidad de la guerra de Irak le ha dado un vuelco a la tortilla internacional. Sabe que la actual marejada antiamericana inmuniza aún más a la Isla contra reales o imaginarios planes de invasión de la Casa Blanca, que por lo demás tiene las manos llenas con Afganistán e Irak y se haría un pésimo servicio a sí misma tumbando del árbol seco del socialismo mundial la podrida manzana de la discordia cubana. Por ese lado, el Máximo Líder puede dormir tranquilo: salvo imprevistos mayúsculos, los temores de que al derrocamiento de Sadam Hussein siga el de otras dictaduras indeseables se van disipando. Y ciertamente carecen de fundamento en lo que concierne al régimen totalitario caribeño, históricamente sólo comparable, si acaso, a la Yugoslavia de Tito en cuanto a simpatías universales.

1. Inicio
2. Así las cosas...
3. La dolarización...
4. En conclusión...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Respuesta a un lector de periódicos
Siempre es 10 de Marzo
NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
La patria y sus símbolos
JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir