www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/4
 
Las razones de la sinrazón
Todas las cartas de la partida: Sugerencias para explicar el enfrentamiento del Gobierno cubano con la Unión Europea.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

Así las cosas, el paquete de medidas represivas del Gobierno cubano ha desbordado con creces las expectativas más sombrías. Y aunque esta vez, sin llegar a la justificación indiferenciada, se argumenta que la promoción abierta del movimiento anticastrista llevada a cabo por la Oficina de Intereses de Estados Unidos bajo la batuta de James Cason sirvió al régimen en bandeja de plata el pretexto para tapiar a 75 opositores. Sin embargo, cuando los Quince, que ya habían resuelto aparcar hasta nueva data la oferta de ingreso de la Isla a los Acuerdos de Cotonú, reaccionaron oficialmente a la nueva ola represiva con una triada punitiva de carácter diplomático, la opinión pública comunitaria se desayunó con la evidencia de que Castro no sólo considera su actitud tan "injerencista" como la de la Casa Blanca, sino que, en un intento por sacar partido de la escisión en el seno de la UE, clasificó a los gobiernos comunitarios en "lacayunos" (España e Italia) y "dignos" (Francia y Alemania), escarneció urbi et orbi a los jefes de Gobierno de los "satélites" del Imperio e hizo marchar al "pueblo combatiente" frente a sus embajadas con pancartas que presentaban a Aznar y Berlusconi como émulos de Hitler y Mussolini. Un tratamiento insidioso, "por debajo del nivel", como diría el vulgo criollo. No contento con eso, les subió la parada a sus atónitos valedores europeos, amenazando con hacer con ellos lo que no había hecho con la hostil superpotencia del Norte: romper sin más las relaciones con ambas naciones.

"El deber de Europa es callarse la boca", aconsejó sin dorar la píldora el Comandante, parafraseando el regaño de Chirac a los países candidatos a la UE que se aliaron a Estados Unidos en la guerra de Irak. El ultimátum de La Habana ardió como una bofetada en el rostro de todos aquellos que en Europa Occidental redoblaban sus esfuerzos por alentar a las autoridades insulares a proseguir y ensanchar lo que interpretaban como un esperanzador lapso de tolerancia. Castro rechazó a la tremenda las tres medidas diplomáticas anunciadas por los líderes comunitarios: reducir la presencia oficial europea en los actos culturales nativos, invitar a los disidentes a participar en las fiestas nacionales en sus embajadas y revisar la posición común sobre la Isla. Sobre todo con la segunda medida se pretendía castigar a La Habana legitimando de facto a la disidencia como oposición al Gobierno e interlocutora oficial de la UE, algo que a todas luces va más allá incluso de las pretensiones de James Cason al transgredir las reglas de juego del castrismo. Lejos de cruzarse de brazos, La Habana se incautó sin ceremonias del Centro Cultural de España en el Palacio de las Cariátides, acusando a la benévola ex metrópoli colonial de difundir las mismas ideas subversivas que el jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos.

¿Se ha vuelto loco el Comandante? ¿Serán los efectos de la senectud? ¿O esta bravata no es más que un farol? Pero ni el Comandante ha enloquecido ni está decrépito. No hay que olvidar las anécdotas de parientes, amigos de la familia y biógrafos que testimonian la presencia en él desde la infancia de todos los rasgos de carácter que de un tiempo a esta parte suelen atribuirse a su senectud. En cuanto al farol, los países de la UE harían bien en andarse con cuidado. Castro esconde triunfos en la manga. Sabe hasta dónde pueden llegar los gobiernos agraviados. En este póquer diplomático al filo del abismo ha dado pruebas de sagacidad desde el inicio de su carrera política. Por lo pronto, la diplomacia comunitaria de la zanahoria y la moralina —un vicio de consentimiento de cara a regímenes totalitarios recalcitrantes como el cubano— acaba de fracasar igual que el embargo, que ya es poco más que un boicot financiero.

Superado el estupor inicial —enésimo en la larga agonía del sueño romántico castrista—, tal vez el mundo occidental se quite al fin la venda de los ojos y se percate de que los arranques de ira del Máximo Líder no son necesariamente otras tantas manifestaciones de demencia senil. Hay plan y continuidad en el largo expediente represivo de Castro, que no derrotó al batistato con la ayuda decisiva de la compleja pero ingenua sociedad civil republicana y, una vez instalado en el poder, puso tanto empeño en hacerla desaparecer sin dejar rastro sólo para permitir que se la resuciten bajo sus barbas. A continuación se intenta resumir la lógica política interna y externa que mueve al castrismo en su etapa final:

La apertura de la Isla a las inversiones extranjeras fue concebida como un mal necesario para salvar del colapso a la economía cubana dentro de una estrategia en la cual bolsones de gestión capitalista en el turismo y otras ramas de la economía nacional juegan idéntico papel que los subsidios soviéticos: financiar el socialismo parasitario dominante, reservado al grueso de la población nativa.

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3. La dolarización...
4. En conclusión...
   
 
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